El fútbol es bastante más que un deporte. Se ha transformado en la gran representación masiva de muchas complejidades de nuestra época. Involucra problemas contemporáneos como el sentido de pertenencia o la restitución, a través de la camiseta, de una identidad diluida en la globalización. Tiene aspectos alienantes y algunos le atribuyen la función de distraer a la gente de sus miserias. Otros alaban su capacidad de entretener sanamente a multitudes con reglas simples y en un espacio reducido. Los estadios repletos suelen traducir sentimientos nacionalistas, otras veces sólo primitivos rituales tribales. Pero en definitiva, porque es una metáfora de la condición humana con sus luchas, sus alegrías y sus derrotas, y porque es una industria que mueve miles de millones de dólares, el fútbol es un componente destacado de la modernidad.
Por eso es tan notable que el chileno Manuel Pellegrini haya sido el elegido para conducir como técnico al Real Madrid, el club más importante del mundo futbolísticamente, y el segundo más rico, avaluado en 1.353 millones de dólares.
Manuel es una rara avis chilensis, porque no es común en nuestras tierras que alguien sepa desde tan joven cuál es su meta, se enfoque tan concienzudamente en ella, supere enormes obstáculos que a otros los habrían abatido, y persevere hasta lograr el objetivo. Las naciones prosperan cuando hay una masa crítica de personas dispuestas al esfuerzo enfocado y a la postergación de gratificaciones. Pellegrini demuestra que cuando la voluntad, la constancia y el orden se manifiestan unidos, configuran una personalidad madura, capaz de soportar las adversidades. Supo elevarse por sobre lo que el psiquiatra español Enrique Rojas llama la lacra de la modernidad que es la personalidad light, consumista, que no asume compromisos y es incapaz de buscar grandes horizontes.
El fútbol, igual que un país, requiere una combinación de trabajos colectivos y talentos individuales. Tal como el técnico deportivo, el político en las naciones debiera ejercer el rol social que significa asumir y conducir necesidades colectivas, inspirando hacia una meta que beneficiará al conjunto. Algo que falta a muchos de nuestros políticos y parlamentarios. Manuel Pellegrini representa al conductor de equipos moderno, que prefiere liderar con decisión, pero involucrando en el proceso a sus colaboradores. Y ha conseguido, con su seriedad y honestidad, una autoridad que no es sinónimo de poder, sino de compromiso del grupo con su dirección. Demuestra que la voluntad de hacer las cosas bien lleva lejos a las personas, independiente de que provengan de un lejano país al sur del mundo. Con un Pellegrini en cada ministerio, Chile sería un país desarrollado.