Había todo tipo de señales de que el modelo impuesto por Néstor Kirchner y heredado por su señora Cristina Fernández no podía durar. Era a todas luces inviable el nivel de concentración de poder económico y político. Hoy ya no sólo los más informados, sino la sociedad en general, observa la decadencia de los Kirchner.
El ex presidente desaprovechó una oportunidad única. Los precios internacionales de los productos que exporta Argentina permitieron una increíble bonanza, y con un poco de seriedad se habrían podido generar bases sólidas para esa economía. Pero el populismo kirchnerista se dedicó a gastar, en vez de invertir y crear un verdadero desarrollo sustentable en el tiempo. Brasil ha dado muestras de ese tipo de seriedad, Perú está bien encaminado, pero los Kirchner, trastornados con el 9% de crecimiento debido a los precios externos, creían asegurado el apoyo popular. El alucinante superávit fiscal se usó para repartir prebendas entre miles de burócratas federales y provinciales que les pudieran asegurar la dominación política. Hasta que la inflación se hizo sentir y con ella los estallidos sociales, a pesar del paternalismo y la repartija.
Tras las protestas en las grandes ciudades vino la rebelión del campo, agobiado por absurdos impuestos a las exportaciones destinados a servir la caja de los Kirchner y sus subsidios insostenibles, entre ellos a los combustibles. Y así se reinstalaron dos de los flagelos que más temen los argentinos: la falta de confianza en el gobierno y la inflación, disimulada con cifras inexactas.
La presidenta avivó la furia del sector agropecuario, con una actitud igual de soberbia que la de su marido cuando con el incondicional Julio De Vido se reía de los acuerdos con Chile respecto al gas. Esa soberbia se repite ahora entre la presidenta y la dirigencia agropecuaria, pero la diferencia es que la cólera del votante argentino no es comparable a la actitud componedora de las autoridades chilenas.
La crisis se instaló en Argentina, y los Kirchner, acostumbrados a mandar y no a oír, han hecho todo lo necesario para empeorar las cosas. En vez de resolver, movilizan y azuzan actos masivos, reparten prebendas, pero aún así su popularidad está en baja. El legado de Néstor y Cristina Kirchner ha sido dividir a una sociedad argentina que cuenta con capacidades humanas notables, y desaprovechar la oportunidad inmejorable que le había regalado el entorno internacional.