Vengo llegando de China donde fui con País Digital, organización que promueve el acceso a las tecnologías digitales. La transformación que experimenta China es de tal magnitud, que equivale al cambio de paradigma que produjo la revolución industrial en Occidente durante los últimos 3 siglos. La diferencia es que en China ese cambio está ocurriendo en sólo un par de décadas.
La sociedad china vive el mayor proceso de urbanización de la historia de la humanidad. En los próximos 20 años, migrarán del campo a las ciudades otros 350 millones de personas (más que toda la población de EEUU!). El gobierno en Beijing no tiene espacio para cometer errores: esos inmigrantes requieren agua, energía, viviendas, trabajo. Un descontento masivo sería muy peligroso. Por eso el proceso de urbanización es clave y se planifica cuidadosamente.
Impresiona llegar a Shenzhen, cerca de Hong Kong, y observar in situ ese concepto de urbanización controlada. Hace 30 años era una aldea, Deng Xiao Ping la declaró zona económica especial en 1980, y hoy es una moderna ciudad de unos 11 millones de habitantes con el mayor PGB per cápita del país. No hay barrios marginales.
Hay pasaportes internos en China, con cuotas de migración. El gobierno decide cuándo acepta la clasificación de “ciudad”, y dónde y cuándo se instalará una nueva, porque implica que los ciudadanos –antes en aldeas remotas- usarán luz, agua, transporte, y contaminarán.
Tal como la urbanización es planificada y eficiente, también lo es la informática. Toda la información que llega a los computadores chinos pasa por sólo dos “landing points” o servidores (en EEUU hay cientos). El sistema funciona bien para los negocios, y los jóvenes urbanos están muy conectados. Pero permite el control de información. Los particulares no pueden abrir páginas web, sólo las compañías legalmente aceptadas. Palabras como Tíbet, Taiwán, Tiananmen están controladas en Google.
Esto se debe a que los conceptos de integridad territorial y seguridad del Estado pesan y definen las relaciones y actividades. Y es que está fresca en la memoria del pueblo chino su historia moderna, las guerras del opio y la imposición extranjera, las luchas civiles del siglo XX entre los nacionalistas de Chiang Kai Chek (que formaron después Taiwán) y los comunistas de Mao. Los chinos le tienen pavor al desgobierno.
El control central que ejerce el Partido Comunista, como antes lo hacían los emperadores, se basa en una aceptación social de libertad personal limitada, diferente a como la entendemos en Occidente. Pero la gente en las calles de Beijing o Shanghai se ve contenta, comunicativa, y la cortesía prima. En una misma frase mezclan con toda naturalidad comunismo, libre mercado, Mao o propiedad. Y todos esos conceptos los viven efectivamente, a la manera china, práctica, eficiente.