Angela Merkel es muy querida, y no sólo en Alemania, donde acaba de ser reelegida como jefa de gobierno. Su consistencia personal la ha transformado en una confiable conciliadora dentro de la Unión Europea, y en las cumbres del G-8 (ahora G-20) ha brillado por el respeto generalizado que se le profesa a su coherencia y reconocida calidad moral.
Tiene gran capacidad política, combinada con una sencillez personal a toda prueba. Crea ambientes relajados y al mismo tiempo elevados. Así lo demostró en el debate televisivo con su oponente Frank-Walter Steinmeier. Fue tan armonioso, que más parecía una conversación sobre el futuro del país que una campaña electoral.
Un aspecto esencial en la tradición de Occidente ha sido el debate. Era usado como método educativo entre los griegos, en el procedimiento judicial y legislativo del mundo anglosajón, y hoy los debates televisados se han transformado en uno de los mayores espectáculos de las campañas electorales.
El objetivo de un debate es ayudar a los votantes a apreciar las características personales de los candidatos. En las sociedades democráticas, el carácter y la personalidad de quien deberá conducir una nación tienen un incalculable valor. La actitud de Adenauer contribuyó a dar la confianza necesaria para construir la democracia alemana de post guerra, y la personalidad de De Gaulle fue clave para definir el tipo de poder ejecutivo que existe hoy en Francia.
La toma de decisiones en la gestación y conducción de políticas públicas es la gran tarea que le toca asumir un jede de Estado. No es el mismo EEUU con Barack Obama en la Casa Blanca que con George W. Bush. No son iguales los estilos y énfasis que impondrían en la conducción de Chile Sebastián Piñera, Eduardo Frei, Marco Enríquez Ominami o Jorge Arrate. Frente a una situación vital, cuando se hace necesario usar todos los recursos de la personalidad, las características del líder pueden hacer variar el desempeño de toda la sociedad.
No es fácil dar con alguien que tenga la ideoneidad para representar todas las sensibilidades de enormes sociedades que delegan en una sola persona su confianza, y la hacen depositaria del poder político y militar.
En el caso de Angela Merkel, su personalidad conciliadora la ha llevado a ser el símbolo de la nueva unidad germana, por provenir de la ex Alemania Oriental, y por estar aliada con los católicos conservadores del sur, aunque ella es de la Alemania del norte, sajona, hanseática y luterana. El poder que le otorga ser la jefa de gobierno de Alemania -primera potencia económica de Europa con creciente influencia política- no ha cambiado un ápice la tranquila personalidad de esta doctora en física, que en 2005 se convirtió en la primera mujer que gobierna ese país.