El novelista Jonathan Franzen es el nuevo referente para analizar lo que pasa al interior de la sociedad noteamericana. Incluso la revista Time –que hace tiempo ya dejó de ser tan rectora en contenidos pero cuyas portadas siguen generando impacto- lo puso en su tapa tras 10 años sin que un escritor ocupara ese lugar. Los críticos de Europa y EEUU en forma unánime elogian su novela “Freedom”, que acaba de publicarse, y el NYT la califica de obra maestra.
Ya su nombre –Freedom- es muy sugerente. Porque el concepto de libertad involucra todo lo que EEUU ha querido ser desde que los primeros inmigrantes europeos fundaron esa nación. Y en buena parte EEUU se ha desarrollado como una sociedad en que las libertades individuales y políticas son centrales y respetadas, al menos comparativamente con la mayoría de los países.
Pero el ataque terrorista externo a la torres gemelas, y luego el “ataque” interno de los especuladores a los ahorros de la clase media y la debacle financiera creada exclusivamente por el mal uso de la libertad, ha puesto a los norteamericanos a reflexionar. Franzen se mete en la psicología del estadounidense, y a través de una historia familiar, logra transmitir el impacto que han tenido en las personas los errores gruesos de una minoría rectora en la Casa Blanca y en Wall Street.
El autor le dice a sus compatriotas: “Si la libertad se convierte en una medida decisiva para nuestra cultura y nuestra nación, deberíamos analizar minuciosamente qué es exactamente lo que nos da la libertad.”
Franzen puso el dedo en la llaga y se lanzó a retratar el tiempo que vivimos. El tema que ha elegido es fundamental. La libertad es el concepto político más nombrado de los tiempos modernos, pero no necesariamente vivido como un compromiso personal. Por eso creo que la formación cívica de los alumnos chilenos debería tener la mayor importancia. Explicarles la necesidad de las buenas políticas públicas. No se saca nada con discursos sobre la libertad política o económica, si cada persona no desarrolla su propio vínculo moral con esos conceptos, en su vida privada y en su exigencia a la autoridad.
Cuando un especulador de Wall Street da mal uso a los dineros depositados con confianza, está atentando contra la propiedad pero además contra la libertad, conceptos ligados. Su acción burla la fe pública en que se basa el sistema.
Los malos argumentos dados por el ex presidente George W. Bush, la máxima autoridad, para invadir Irak y los intereses económicos asociados, dieron una pésima señal: si se puede especular con la fe pública al máximo nivel, también se puede entonces hacer lo propio en Wall Street. Y no nos extrañemos –parece sugerir Jonathan Franzen- que eso vaya permeando las mentes de los ciudadanos.
Soy de las que piensa que la sociedad civil norteamericana tiene enormes reservas intelectuales –como el propio Franzen- para reencontrarse con sus raíces de honestidad y libertad constructiva inspirada por los padres fundadores. El impacto de esta novela revela cuán sentida es esta discusión.