Admirado u odiado, Julian Assange, creador de WikiLeaks, es el profeta de los tiempos que vienen… Así empieza la revista Forbes una entrevista al hombre que propinó uno de los golpes más demoledores al concepto de información reservada en diplomacia, alta política, empresas y bancos.
Assange es el fundador del sitio web WikiLeaks (leaks significa filtraciones), que ha logrado obtener y divulgar por internet el contenido de cientos de miles de documentos clasificados o secretos. Con ellos ha puesto en aprietos sobre todo a la diplomacia de Estados Unidos y al Pentágono, pero también a actores políticos de todo el mundo, incluso chilenos.
Para algunos, las acciones del australiano Assange son inmorales, mientras otros las celebran, porque consideran que les mueve el piso a algunos muy poderosos en los gobiernos o en el sistema financiero, que se creen intocables.
Es una tremenda discusión que apunta a la esencia de la llamada sociedad de la información. Delicada materia, porque el día de mañana las revelaciones podrían afectar las vidas privadas, cualquier información personal, como las historias médicas de ciudadanos comunes. Por eso, esta discusión recién comienza, y quienes aplauden a Assange por contribuir a la transparencia y amenazar las negociaciones bajo llave y el doble discurso de muchos políticos, también deben pensar en los costos de una sociedad forzadamente prístina al extremo.
Hasta el momento, el archivo divulgado incluye secretos políticos y muestra un ángulo desconocido de las actuaciones diplomáticas de diversos países. El propio Assange dice que tiene en su poder información que afectará a grandes bancos y negocios financieros. Tras la reciente crisis económica sabemos que las malas prácticas están muy difundidas y bueno sería transparentarlas, lo mismo que el a veces abusivo secretismo gubernamental que atenta contra una sociedad realmente democrática. El problema es definir dónde está el límite y cuál es la motivación de Julian Assange.
El caso WikiLeaks nos muestra en forma brutal el nuevo paradigma que estamos viviendo con internet, el cambio más veloz de la historia de la humanidad que abarca todos los ámbitos de la vida. No ha habido tiempo para reflexionar, como hacían nuestros antepasados, sobre el sentido de esta nueva sociedad, cuyo elemento central es un rápido e incesante intercambio de información. Está muy bien revisar bancos y gobiernos que han abusado de su poder, en algunos casos en forma extrema.
Pero el desafío es crear las nuevas condiciones éticas para que la libertad de obtener y transmitir información no se transforme en un libertinaje que todo lo pueda exhibir, hasta lo más privado. Ese valor superior que es la libertad para conocer e informarse, y que hoy con internet llega a su máxima expresión, nunca puede pasar a llevar la dignidad humana, ni las instituciones que la sociedad aprecia y necesita para funcionar.