El imperio de la caducidad

El  2010 fue el año en que impactó con todo su significado la sociedad de la información. Twitter,  Facebook y Wikileaks dejaron establecido que esta nueva sociedad mundial es  “líquida”, dominada por un constante fluir de información que hace desaparecer los referentes que permiten anclar nuestras (¿ex?) certezas.

Estamos viviendo en pleno la era postmoderna, que se caracteriza por el desencanto con el supuesto de que existe un constante progreso. Es la desconfianza frente a  los grandes relatos, la desilusión con la autoridad central, sea política, intelectual, religiosa  o científica.

Es difícil definir referentes a los cuales atenerse, porquelo que falta en esta época es un sistema, un cierto orden, un sentido, en definitiva coherencia. Hay muchos datos, pero escasea  lo que en física se llama cohesión entre las moléculas. Estamos bastante  solos en la sociedad del conocimiento.

No deja de ser impactante observar al gobierno de EEUU desorientado tras conocerse las filtraciones de Wikileaks que desnudaron sus intimidades. Se discute si es bueno transparentar todo en democracia o si debe haber ámbitos reservados,  y dónde está ese límite. Pero quisiera resaltar es el hecho  de que hasta la más influyente autoridad mundial parece golpeada por el nuevo paradigma.

En un sentido cultural más amplio,  de civilización como la entendían los grandes historiadores, tal vez vivimos hoy una de esas profundas fracturas de la organización social en su conjunto. Asistimos –sin darnos cuenta- a la reconstrucción de todos los ámbitos de la vida por parte de la nueva generación conectada a internet, a la sustitución de las tradiciones o convenciones no sólo del saber transmitido, sino también de las formas aceptadas para producir y transmitir ese saber.

En este mundo “líquido”,  en que la información fluye,  nada perdura lo suficiente como para enraizarse y generar costumbres.  La  verdad es cuestión de perspectiva o contexto. Y ha dejado de  importar el contenido del mensaje, vale más  la forma en que es transmitido (twitter)  y el grado de convicción que logre producir. Muchas veces las vidas de los demás se convierten en un show. Se pierde intimidad y todo se desacraliza.

Lo positivo es que la generación internet cuestiona el cinismo, sea político o religioso, y le mueve los cimientos a los que son poderosos en el peor sentido de la palabra. La nueva era, con Wikileaks incluido,  es la reacción  a una crisis espiritual y filosófica más profunda, tras el colapso del Muro del Berlín en 1989, del sistema financiero en el 2008 con sus explicaciones economicistas alejadas de la ética, o  los casos de pedofilia en la iglesia. La nueva tendencia es la incredulidad  respecto a los metarrelatos.

Los jóvenes usuarios de internet no buscan conscientemente un  sistema alternativo al vigente, sino  que se limitan a actuar, desechando las antiguas certezas. Su  interés es la operatividad  tecnológica,  no los  juicios sobre la verdad o lo justo. No interpretan valores. Pero su talón de Aquiles es una cultura de información corta,  del sentir momentáneo, casi un nihilismo suave.

El 2011 llega mostrando la fragilidad de los  modelos cerrados, de las grandes verdades. Transitamos de las  cosmovisiones filosóficas a un pasar despreocupado, alejado de una actitud existencial, sin referentes seguros.  Vivimos el imperio de la caducidad.