Chile tiene una respetable actitud apegada a Derecho que se debe mantener. Pero no basta. Ha llegado la hora de explicar, fuerte y claro para que se oiga en la comunidad internacional, que Chile no puede quedar dividido en dos, y que Perú no quiere un corredor para Bolivia en su frontera. Así de simple. Así de claro.
En el mundo globalizado hay una influyente opinión pública interconectada, que se ha ido formando la errónea percepción de que Chile le debe algo a Bolivia, y que ese país no puede progresar porque no tiene mar. Esa percepción debe ser modificada, explicando con claridad a la sociedad civil internacional que Chile ha dado todas las facilidades a Bolivia -las mayores que tiene un país mediterráneo en el mundo- para que sus exportaciones accedan al mar. Y recordar que mientras La Paz en forma hostil exigía que ni una molécula de gas vendido a Argentina llegara a Chile, los gobiernos chilenos se han esmerado en promover el comercio bilateral y las máximas facilidades de tránsito al Pacífico. A lo largo de diversos gobiernos, no se ha mencionado con la debida frecuencia -y por eso no se conoce lo suficiente- que Chile ofreció a Bolivia un corredor en su límite norte que Perú no aceptó, porque no quiere dejar de tener frontera con Chile.
En Bolivia hay peligrosas fuerzas centrífugas, las mismas que derrocaron a presidentes anteriores. A ellas les temen todos sus gobernantes. Representan frustraciones antiguas de todo tipo: sociales, de integración nacional, de pobreza, que los políticos tratan de aquietar aglutinando a los bolivianos en torno al tema del mar como el supuesto origen de todos esos males.
El Presidente Evo Morales -hoy con baja popularidad- ha vuelto a la tradicional denuncia contra Chile. Puño en alto y diciendo “patria o muerte”, anunció que recurrirá a tribunales internacionales para obtener una salida al Pacífico. Horas antes, a “El Mercurio” había dicho lo contrario: que la relación se basa en la confianza mutua y no en demandas judiciales.
Aclaremos: Chile ha cumplido rigurosamente las obligaciones del Tratado de 1904. Ese acuerdo, que fijó nuestros límites, no fue impuesto por la fuerza sino firmado más de 20 años después de la guerra de 1879, por otra generación, y aprobado con un enorme respaldo popular en el Congreso boliviano. Chile, cumpliendo el Tratado, aceptó pagar altas sumas de dinero y otorgar a Bolivia libre tránsito por sus puertos, una servidumbre que ha respetado siempre rigurosamente.
La Paz aprobó una nueva Constitución, que declara irrenunciable la “reivindicación marítima” y exige desconocer todo acuerdo que no la incluya. Entiéndase el de 1904. ¿Dónde queda todo lo conversado, las visitas, la agenda de 13 puntos heredada del gobierno anterior y la sinceridad reconocida por Morales al gobierno chileno actual? Bolivia debe imprimir seriedad a su forma de relacionarse.