La facilidad con que -con costo cero- Bolivia se permite ofendernos con graves epítetos ante la opinión pública mundial está afectando la percepción externa de Chile. No solo nos demanda en La Haya, sino que también ha desplegado una propaganda insultante que nuestras autoridades en general -a lo largo de diversos gobiernos- han aceptado estoicamente.
El estoicismo tiene sentido cuando ante una situación irremediable no hay más salida que la resignación y dominio de sí mismo. Pero frente al agravio gratuito, corresponde contestar, por la dignidad de Chile, con fuerza y claridad. El canciller Heraldo Muñoz ha hecho bien al aclarar -ante un llamado del Papa Francisco para un diálogo bilateral- que Bolivia rompió relaciones; luego el diálogo, al demandarnos, y que Chile ofrece restablecerlos de inmediato.
En el caso sobre la delimitación marítima con Perú, Chile actuó -con razón- estoicamente; debía acatar el fallo de La Haya, que si bien reconoció todos los argumentos chilenos, incluyendo el paralelo y el hito 1, que Perú cuestionaba, otorgó a nuestros vecinos una enorme porción de mar. Tras ese fallo, esperábamos tranquilidad en la relación con Lima. Pero Perú inmediatamente anunció una nueva exigencia, la de un triángulo terrestre, y aún no cumple el compromiso asumido con el tribunal de adecuar sus leyes a la Convemar (Convención del Mar), que Chile sí ha firmado y respetado. Es difícil confiar en ese gobierno, que además construye absurdas acusaciones de espionaje y manifiesta apoyo a la demanda boliviana, que es un asunto bilateral.
Frente a la ofensiva comunicacional de Evo Morales, no podemos olvidar que Perú es el gran obstáculo para Bolivia. El más elemental sentido común entiende que Chile no puede ser dividido en dos, dejando un Chile del norte y un Chile del sur, separados por un enclave o un paso boliviano. Ningún país aceptaría una aberración así. La única posibilidad de considerar algún arreglo en relación con la aspiración boliviana sería junto a la frontera norte de Chile, en el límite con Perú. Pero Lima no quiere dejar de ser vecino de Chile y se ha opuesto, sobre la base del Tratado de 1929, a cualquier posible entendimiento chileno-boliviano.
Chile tiene el mismo derecho a recordar que el Tratado de 1904 con Bolivia, que fijó el límite, está plenamente vigente, pero aun así ha buscado caminos en relación con la aspiración boliviana, en pro de una buena vecindad, moderna y mutuamente conveniente. Ha llegado el momento de mencionarlo y contrarrestar la política comunicacional de Bolivia: Chile ha ofrecido soluciones y Perú se ha opuesto. Bolivia, por lo tanto, tiene un problema con Perú, y tarde o temprano deberá reorientar hacia Lima sus exigencias.