Hace cinco años, en este espacio, escribí una columna muy similar a la que publico hoy. Fue a propósito de La Polar y de la crisis subprime que tuvieron enorme impacto público, como ahora la colusión del papel o las farmacias. Quisiera recordar aquí algunos conceptos.
Aristóteles decía que como nuestra naturaleza es social -y porque vivimos en comunidad- todos los días tomamos opciones éticas. En cada uno de nuestros actos en comunidad estamos respetando o burlando la fe pública. Abusar de ella trae desconfianza y el fracaso de las instituciones.
Adam Smith -al que sólo se menciona por sus estudios acerca del mercado- era profesor de Filosofía Moral en la Universidad de Glasgow. Publicó estudios sobre ética, la que consideraba indisolublemente unida a la economía, pues de lo contrario -decía- ésta se aleja del bien común. “No es aceptable enriquecerse de cualquier forma, debe hacerse de manera legítima” insistía. Sin principios como la honestidad, se rompe algo esencial en una economía libre: la confianza. Quienes ahorran y aportan así el capital al sistema, y quienes compran productos con su esfuerzo, empiezan a perder confianza…y así se va destruyendo la fe pública.
El liberalismo económico está vinculado al uso de la libertad en sociedad (en contraste con el socialismo estatista, donde unos pocos burócratas dominan y suele proliferar la corrupción). Se trata de un sistema que funciona sobre la base de acuerdos no coercitivos para beneficio mutuo, en la libertad para emprender respetando la igualdad ante la ley y la transparencia en la información. Son conceptos olvidados entre algunos empresarios, que afectan al conjunto de la sociedad y el prestigio de sus pares. Adam Smith jamás defendió la idea de una sociedad guiada por la moral del máximo beneficio sin respeto por el ser humano. En su “Teoría de los Sentimientos Morales” aclaró que un buen empresario, guiado por sus propios intereses y por la legítima ganancia, promueve la riqueza y el bien común con más eficacia que si una planificación estatal impusiera la forma de producir. Pero, agregaba, eso no puede constituirse en sinónimo de un egoísmo desenfrenado.
Es necesario que en las facultades de economía se enseñe el aporte completo de Adam Smith, su pensamiento sobre la solidaridad y la compasión. En sus cursos la economía política, sabiamente, incluía filosofía moral y ética. Estudiaba al ser humano en forma integral y no sólo como consumidor. Bien bueno sería que las actuales universidades enseñaran correctamente a Smith; y que además familiarizaran a los alumnos con las reflexiones de Aristóteles, quien ya en el siglo IV a.C. hablaba de la relación entre ética, felicidad y bien común.