No existe nada más poderoso que las ideas y la razón. Aprender a usar la mente debiera ser el fundamento de toda enseñanza. Y, por eso, Filosofía debería ser el ramo más importante a lo largo de nuestra educación.
Se trata de aprender a hacer introspección (conocerse) y relacionar, con sentido, la información que se acumula a lo largo de la vida. La filosofía entrega herramientas para manejarnos en relación con los demás y respecto de las preguntas trascendentes de la existencia. Se argumenta que no es un ramo práctico y efectivo para el rápido mundo moderno de la información. Pero no es así. Es tanta la información que fluye, que una formación filosófica prepara para jerarquizar, seleccionar y dar sentido.
Por ejemplo, en política. Todos los días observamos -sin saberlo, porque no nos remitimos a la filosofía- que la discusión de nuestros políticos versa sobre un antiquísimo tema: el llamado pacto social, ese difícil equilibrio entre la libertad personal y la autoridad. Desde la antigüedad, en todas las latitudes y épocas, las discusiones políticas de los pueblos han tenido que definir ese límite entre autoridad y libertad individual. Sin nociones de filosofía, la discusión se vuelve estéril. Porque se suele ignorar lo fundamental: que la filosofía aclara cuáles son los derechos inalienables de todas las persona antes del Estado. Y es la filosofía la que explica que, en un Estado de Derecho, la política tiene dos funciones principales: regular cómo se genera y distribuye el poder, y cómo garantizar los derechos de los gobernados.
Si una autoridad no maneja conceptos filosóficos sobre el poder, difícilmente lo ejercerá para lograr el bien común. Pura autoridad impositiva sería tiranía, ya lo definía así Aristóteles; pero agregaba que derechos individuales sin límites llevan a un caos y la democracia degenera en demagogia. Por eso, en sociedad, los derechos tienen sus límites y responsabilidades asociadas, algo que es necesario inculcar desde la niñez. Podemos discutir que el ramo de Filosofía en Chile, en general, se enseña mal, que los alumnos se aburren, que los profesores suelen ser muy teóricos, que tal vez no han sabido mostrar la vigencia práctica de ese estudio. Lo que no deberíamos dudar es de la necesidad de enseñar a pensar. El desafío es transmitir a los alumnos que la filosofía ayuda a vivir con más sentido, y que no hay nada más moderno, entretenido y vigente que Aristóteles.