China es la civilización más antigua que mantiene vigencia cultural y lingüística hasta hoy. Mientras las ancestrales Babilonia, Persia o Roma desaparecieron, China permanece como entidad política y cultural. Pensar en eso ayuda a dimensionar. Cuando hablamos de la Nueva Ruta de la Seda, debemos aquilatar que lo que expande China a través de ella no es sólo infraestructura para el comercio, sino una presencia que pretende dejar huellas profundas, que quiere influir a través de su soft power.
Los chinos saben que la historia es lenta, que no se resuelve nada trascendente en cortos períodos entre elecciones. La tradición confuciana valora el interés colectivo de largo plazo por sobre el desarrollo individual. Mientras la educación en Occidente busca preparar a los niños para ejercer su libertad y se les inculca que hay derechos humanos inalienables anteriores al Estado, en China los educadores tienen el deber moral de enseñar a no cometer errores que puedan alterar la armonía social. De esta diferencia filosófica fundamental surgen formas políticas muy distintas.
Lo que está impactando el sistema político internacional es que, por primera vez en la historia, estas dos cosmovisiones deben convivir en todos los ámbitos, producto de la globalización. La recíproca influencia entre China y Occidente (que no se limita a Washington y Beijing) es lo que está definiendo el siglo 21. Esto no es fácil de comprender desde una óptica meramente comercial. Bajo el prisma Occidental, desde los antiguos griegos se entiende que el bien común es procurar las condiciones para que las personas logren su propia realización individual dentro de la sociedad. En la tradición china en cambio, la armonía (Ta Tung) es más importante que la libertad individual, y se logra con un autoritarismo aristocrático, sea una dinastía hereditaria o el PC actual.
He visitado Shenzhen y pude observar ese concepto de progreso controlado. Ahí está el gigante tecnológico Huawei, que impacta por su admirable orden y pulcritud. Y lo he podido comparar con Silicon Valley, su ordenado desorden geek y la libertad para expresarse a través de múltiples empredimientos. Son dos formas de desarrollo diametralmente distintas, una basada en decisiones controladas desde una súper estructura, y la otra surgida de la espontánea libertad de la prueba y el error. Ninguna es mejor: son distintos conceptos de sociedad y del rol de las personas en ella.
Chile no está obligado a someterse por querer ampliar sus contactos comerciales. A nuestro país lo fortalece tener buenas relaciones con los dos mundos, sin caer en una dependencia estratégica. Pero lo que no se puede es ignorar todas las aristas de cualquier decisión: hoy en día, un cable de fibra óptica transpacífico no es un mero conductor para negocios, sino una potencial arma cibernética, que puede paralizar un país, espiar las vidas, limitar la soberanía. Equilibrarse en este mundo turbulento y ser precavido es el arte de gobernar.