La firma del Tratado de 1904 fue un hecho muy excepcional, sin precedentes: que un país que ha perdido una guerra como Bolivia, recién después de 20 años firme un Tratado negociado y acordado, con onerosas compensaciones de Chile, es algo en realidad muy civilizado por parte del ganador. Y que fuera considerado favorable por los propios bolivianos, en una época en que la lógica imperante era que el que gana una guerra traumática impone por la fuerza un acuerdo al otro, implica un respeto excepcional por parte de Chile.
Por eso no extraña que el candidato Ismael Montes ganara la presidencia de Bolivia justo en 1904, debido a que su campaña se basó en resaltar el excelente Tratado que La Paz había obtenido. Su sucesor, Eliodoro Villazón, fue elegido en 1909 con similar argumento, y el propio Montes, tan defensor del Tratado, fue reelegido en 1913.
No es para menos: de los más de 40 países sin acceso a costas que existen en el mundo, Bolivia es por lejos el más favorecido de todos en virtud ese Tratado. El amplio libre tránsito establecido y celosamente defendido por Chile para las exportaciones bolivianas hacia el Pacífico, sin IVA, y el almacenaje gratis por años, que Chile le otorga en nuestros puertos (gratuidad que los exportadores chilenos no tienen), las construcciones para Bolivia en los puertos y los pagos que el estado chileno debe aportar a los administradores portuarios para compensar las gratuidades otorgadas a Bolivia, y la mantención del ferrocarril Arica –La Paz, significan un gasto para Chile de 100 millones de dólares anuales.
Pero además, hay que recordar lo que Chile otorgó para la firma del Tratado: el costo de la línea y del tren Arica-La Paz fue de 115 mil millones de pesos (más de 4 millones de libras esterlinas de 1913, cuando se terminó). Si se suman otras obras relacionadas, y la construcción de otra red ferroviaria interna en Bolivia y solventada por Chile, más lo que se pagó a empresas mineras bolivianas, y lo que Chile aportó para la deuda boliviana y otras compensaciones al gobierno de La Paz, la cifra asciende a 324 millones de dólares, o más de 178 mil millones de pesos de hoy (cifra calculada por Matías Bakit de El Mercurio con profesores de economía de la UC). Eso, para el tamaño de las economías de esa época era sideral: le significó a Chile aportar el 5,4% de su PIB de 1905 en compensaciones a Bolivia exigidas en el Tratado de 1904 vigente hasta hoy y respetado incluso más allá de lo necesario por Chile, ya que muchas de las ventajas de IVA y almacenaje no son parte de las exigencias y constituyen beneficios para bolivianos sobre los chilenos.
Un Acuerdo así negociado, sin imposiciones de fuerza, firmado y ratificado por los Congresos 20 años después de terminada la guerra de 1879, es algo inédito por lo favorable para el país que perdió tamaño conflicto.
Bolivia se presenta como una víctima por no tener una salida soberana al mar. Atribuye a eso todos sus problemas. Chile ha dado las mayores facilidades imaginables sin ceder soberanía, que es lo más sagrado de una nación. Los acercamientos fallan por las inestabilidades políticas internas de Bolivia. Por toda esta historia de aportes, gastos y búsquedas de facilidades de acceso al mar, Chile merecía reconocimiento. No una demanda ante La Haya por supuestos “derechos expectaticios”, que pretenden dar una interpretación torcida a la buena voluntad chilena.