Al Presidente electo Sebastián Piñera le pediría que rescate y promueva nuestros valores sociales fundacionales. Son esas conductas y apegos tácitos que permitieron que Chile, que nació como una pobre y lejana capitanía general en la Colonia, rodeada por potentes virreinatos, se organizara rápido como república. Nuestro país, mucho antes que otros de la región, valoró el respeto a la ley, se dotó de instituciones y se forjó una posición internacional respetada.
Al Presidente Piñera le pediría que resalte esa riqueza moral latente que nos podría unir. Que convoque los aportes de personas de todos los sectores posibles, meritorias, sin preguntarles su ideología. Durante demasiado tiempo los políticos nos han querido convencer de que tenemos una división ideológica insuperable, que carecemos de valores comunes como el respeto, la compasión, la confianza en el Estado de Derecho. Es cierto que hay muchas fallas y carencias en nuestras instituciones, pero deberíamos mejorarlas entre todos, en vez de pretender reinventarlas con cada nuevo gobierno. La democracia es un asunto dinámico y progresivo, va sumando acuerdos y aportes de gobiernos y generaciones anteriores.
Le pediría al Presidente Piñera que redescubra nuestra narrativa nacional, que restaure el sentido de comunidad, de pertenencia a un pasado y a un futuro común. El gran problema de Chile hoy no es la economía ni son las diferencias políticas; lo que nos está complicando es la falta de confianza, entre nosotros y en nosotros mismos.
Necesitamos recuperar el apego.
Nuestra sociedad se formó sobre la base de un apego fundacional, un fuerte respeto a los padres, a las leyes, a la palabra empeñada, a un conjunto de acuerdos tácitos que llamábamos orgullo nacional y sentido de comunidad. Un estadista está llamado a hacernos sentir parte de algo más grande que nosotros mismos, que es Chile. Una vez recuperado el sentido de pertenencia, podremos tener más éxito en combinar libertad, derechos y deberes.
Le pediría al Presidente que convenza a los grandes empresarios de que la responsabilidad social no es una carga ni una desgracia, sino un camino seguro hacia la paz. Y que oiga a los jóvenes que no están felices con una economía que busca la -muy necesaria- rentabilidad material, pero en la que suele olvidarse que también existe la integradora rentabilidad social.
Si el Presidente Piñera pusiera su mejor esfuerzo en incorporar los anhelos y sentimientos de esa gran mayoría silenciosa de chilenos humildes y trabajadores -no solo de vociferantes dirigentes-, invitándolos y oyéndolos con respeto, creo que podríamos lograr esos acuerdos olvidados, para que cada uno pueda usar dentro del bien común su propia libertad. Pero si no recuperamos el sentido de pertenencia, aunque la economía crezca, no se darán los hábitos virtuosos que hacen posible un progreso real, inclusivo y duradero.