Todos podríamos ser Ingrid Betancourt II

   

Mientras un solo presidente simpatice con las FARC seremos potenciales víctimas.   

Hace unos meses escribí en esta columna que mientras Ingrid Betancourt y hasta el último de los rehenes de las FARC no sean liberados,  las declaraciones y recurrentes discursos sobre la hermandad de los pueblos caerán en el vacío. Ella, gracias a Dios, acaba de ser rescatada tras seis años de martirio, pero aún hay unos 3 mil rehenes en poder de las FARC.

Digámoslo claramente, las FARC no habrían tenido “éxito” en su capacidad de ocupar gran parte de Colombia y asesinar y secuestrar durante 40 años, si las ideologías no estuvieran tan presentes aún en los gobiernos de Latinoamérica.

Por largos períodos, en vez de que todos los mandatarios de la región estuvieran de acuerdo en que no se pueden aceptar los secuestros nunca jamás, y que se debe terminar con esa guerrilla terrorista, hay gobiernos que han mostrado comprensión por las motivaciones de las FARC, como el de Cuba y el de Hugo Chávez de Venezuela.

En su momento el ex presidente argentino Néstor Kirchner fue a Venezuela a apoyar a Chávez en un supuesto plan para liberar rehenes que resultó en un fiasco, mientras el mismo gobierno argentino y otros de la región miraban con desprecio al presidente colombiano Alvaro Uribe, por no ser de sus mismas ideas políticas.

El tiempo se encargó de poner las cosas en su lugar. El gobierno de Colombia, en una  acción seria de inteligencia, rescató a Ingrid Betancourt y a otros 14 rehenes sin disparar una sola bala. Como dijo la propia Ingrid, una operación impecable.

Insisto en lo que dije en esa columna anterior: hay ciertos fundamentos éticos, ciertos principios incuestionables sin los cuales no se puede dar una convivencia en sociedad. Las personas tienen derechos  anteriores al Estado, y el fin no justifica los medios.  Si no se aceptan esas certezas mínimas, no se pueden construir instituciones sociales. Algo de eso ocurre en nuestra región.

Los secuestros son siempre abuso, dolor, muerte. Y los miembros de las FARC, mientras mantengan rehenes y asesinen campesinos,  deberían ser catalogados por todos los presidentes latinoamericanos como lo que son: terroristas.

En la medida que haya uno solo presidente latinoamericano que simpatice con las FARC u otros extremistas de esa naturaleza, todos somos potenciales víctimas.