Un golpe demoledor a los Kirchner

Desde que el Senado argentino rechazó el proyecto que aumentaba las retenciones a las exportaciones, algo de fondo cambió en Argentina. El gobierno sin contrapeso al que estaban acostumbrados los Kirchner y su estrategia del todo o nada, sufrieron una gran derrota. El destino de Cristina Fernández y su marido depende ahora de su capacidad para cambiar el modo de gobernar.

Partiendo por el impuesto a las exportaciones, que se conoce como retenciones, algo  muy difícil de explicar fuera de Argentina. La mayoría de los países modernos consideran necesario estimular las exportaciones, pero Argentina lo hace al revés.

En el 2002,  el entonces presidente Eduardo Duhalde aplicó este impuesto a los granos en una situación límite, en que la deuda externa y el caos político llevaron al ejecutivo a obtener esos fondos para paliar  las necesidades mínimas de los sectores más postergados. Y buena parte del sector agroindustrial colaboró en aras del bien común.

Pero los Kirchner tienen las arcas llenas por los precios extraordinarios de los alimentos en el mercado mundial. Sin embargo, a medida que aumentaban esos ingresos, crecía  la voracidad del estado kirchnerista.

Las retenciones perdieron su sentido original y hoy sirven para disimular la inflación real. La ira del campo fue irrefrenable frente a un gobierno que  se quedaba con una diferencia enorme respecto a lo acordado, y dirigía las retenciones a grandes industrias y al clientelismo,  en vez de  a los pequeños productores como decían los discursos oficiales.

La inmensa protesta pública que triplicó la escuálida convocatoria paralela que organizó el propio gobierno, y la derrota política en el Congreso, fue un golpe muy significativo desde el punto de vista sociológico. Porque logró unir a la gente del campo y a  los ciudadanos sin hectáreas  contra el estilo Kirchner.

Hubo un rechazo de fondo al argumento de que las retenciones son para mejorar la distribución,  porque en la práctica hay mayor concentración de la riqueza, aumento de la pobreza y expansión del clientelismo. La renuncia del jefe de Gabinete, Alberto Fernández, es sintomática, pero aún quedan en el régimen personajes como Julio De Vido, uno de los símbolos del poder discrecional. Con o sin ellos, el kirchnerismo, tal como se lo conoce, ese que no acepta la palabra apaciguar o conciliar o reconocer el sentir de la sociedad,  ha sufrido un golpe demoledor.