Cristina Fernández de Kirchner viene a Chile en visita oficial. Corresponde recibirla con la dignidad que se merece la presidenta de una notable nación como es Argentina. Pero también es momento para recordar lo displicentes que han sido con Chile ella y el gobernante anterior, su marido Néstor Kirchner.
Los sucesivos presidentes de Chile han debido extremar la paciencia frente a ellos, desde que decidieron cortar el suministro de gas con una arrogancia inusual entre naciones civilizadas.
Las relaciones internacionales han cambiado radicalmente. Hace algunas décadas se consideraba que un país podía hacer casi cualquier cosa, con la única limitante de su poder y tamaño. Hoy en cambio, hasta los más poderosos deben dar explicaciones si se extralimitan, y el Premio Nobel al presidente Obama se interpreta, en parte, como el deseo de un cambio más amigable en la política exterior tras el gobierno de Geroge W. Bush.
La suspensión del suministro de gas a Chile tras compromisos firmados con Argentina fue concretada con gran soberbia de forma y fondo por el presidente Kirchner; inolvidable es el desparpajo que tuvo en todo ese episodio su funcionario –tan criticado en la propia Argentina- Julio de Vido.
Los gobiernos Kirchner han sido poco cordiales también con otros países como Uruguay; y con México fue insultante la forma como intentaron aislarlo por el virus H1N1. Si todos los mandatarios actuaran como ellos, sería aún más complicada la convivencia regional.
Su gran amigo Hugo Chávez les ha prestado mucho dinero, poniendo a Argentina en una posición mendicante que no se compadece con su historia y capacidades. Desde la Constitución de 1853 hasta bien entrado el siglo XX, los argentinos crearon un país que se situaba entre los diez con mayor producto per cápita del mundo. Y atrajeron a millones de inmigrantes a los que el Estado sólo les prometía una cosa: que serían garantizadas las legítimas ganancias que produjeran con su esfuerzo.
Hoy el Estado argentino no les asegura a sus propios habitantes que sus ahorros serán respetados.
No se merecen los argentinos los escándalos como el del maletín con billetes enviado por Chávez, ni que les aumenten los gravámenes a las exportaciones, ni que el gobierno eche mano a los ahorros previsionales de más de nueve millones de ahorrantes.
Por esas y otras muchas razones, los inversionistas han clasificado a la Argentina de los Kirchner como de alto riesgo.
Pero veamos lo positivo: como sea su gobierno, Cristina Fernández es la presidenta de nuestros vecinos y eso es lo que debemos honrar al recibirla. Viene a reforzar la muy importante y necesaria integración bilateral fortalecida por el Tratado de Paz y Amistad de 1984, y a inaugurar la Feria del Libro, que este año destaca –con toda razón- a Argentina y sus escritores, partiendo por el gran Borges. Los Kirchner pasarán, pero nuestra vecindad permanece, con sus magníficas posibilidades que debemos potenciar hacia el futuro.