Tengo gran admiración por Mario Vargas Llosa. Pero no me parece edificante que diga que Perú elige entre el cáncer y el sida, entre Ollanta Humala y Keiko Fujimori. Entiendo su análisis, pero no su forma, porque mal que mal, uno de ellos deberá gobernar Perú.
Sin embargo, comprendo que Vargas Llosa apunta a un tema más profundo. Todavía en América Latina hay muchos que no asimilan que el subdesarrollo es un estado mental, y que el populismo con su demagogia no aportan soluciones, que no es “otro” el que provoca los males. En Perú, aún no se valora que la democracia no es sólo el voto, sino los grados de libertad que debería aportar a los individuos para determinar su propio destino. Muchos temen que Ollanta Humala pueda usar el voto para coartar espacios de libertad.
Humala sabe que provoca ese susto. Por eso, su éxito en primera vuelta se debió a un atinado cambio de imagen con la ayuda de expertos brasileños. El duro discurso dio paso a la moderación, se alejó de Hugo Chávez, buscó parecerse a Lula da Silva, y no mencionó su ultranacionalismo llamado “etnocacerismo”, por el general Andrés Cáceres, un héroe de la guerra contra Chile. Eso en lo personal.
Desde el punto de vista sociológico, los votos de Humala se deben a la nula participación de partidos políticos estructurados, lo que dio paso una vez más al caudillismo. Contribuyó también el que los avances económicos de Perú favorecen a sectores urbanos y aún no llegan masivamente a las personas de menores ingresos, sobre todo en las zonas fronterizas. En Tacna, Humala arrasó con los votos. En cambio en Lima sacó alta votación Pedro Pablo Kuczynski, el candidato más sofisticado.
A pesar de la elección pacífica y democrática, persisten entonces interrogantes profundas en Perú. Una de ellas es hacia qué lado se inclinará el centro. Sus candidatos derrotados -Kuzcynski, Toledo y Castañeda- suman casi el 50%de los votos, pero corrieron separados hasta el final. Y con ellos arrastraron la moderación, poniendo a Perú frente al difícil dilema de optar entre Humala y Keiko Fujimori, de 35 años, con la carga política legada por su padre. El APRA de Alan García no deja heredero, tal vez calculadamente. El actual Presidente quiere volver a postularse en el futuro.
Sólo queda esperar que quienquiera gobierne Perú entienda que el subdesarrollo se supera con una actitud que implica respetar la capacidad creadora de los individuos en vez de coartarla, y un entorno vecinal de paz y no de trasnochados caudillos nacionalistas.