Europa vive un momento muy trascendente. Ese continente nos legó el avance hacia el concepto de libertad individual, política y económica. De ahí surgió la democracia y el liberalismo político, la idea de que ningún poder puede ser absoluto, ni siquiera el del propio pueblo ejerciendo la soberanía popular. Que la ley, que por definición limita la libertad personal, tiene como fin garantizarla, al evitar choques entre las libertades de unos y otros. Por eso, cuando se habla del Euro, de la crisis económica y de los peligros que acechan hoy a Europa, bueno es recordar que no todo es economía, y que los gobernantes actuales de Europa han sido formados en esos conceptos.
Angela Merkel es doctorada en física y experta en física cuántica, ex Ministra del Medio Ambiente y de Seguridad Nuclear. Tiene un interesante liderazgo político producto de su paradójica vida: luterana e hija de un pastor protestante del norte, representa a la católica y conservadora democracia cristiana del sur, lo que en Alemania significa mucho. Además del inglés domina el ruso a la perfección, creció en la ex Alemania Oriental controlada por Moscú. Siendo ella conservadora, conduce una gran coalición con los socialdemócratas. Es la primera mujer que gobierna en Alemania, y la primera persona de la ex RDA que lidera en la nación reunificada. Valora la paz y la convivencia europea por sobre todas las cosas.
El caso de Nicolás Sarkozy también es muy interesante. Francia, país que rinde culto al liberalismo, eligió como presidente a este hombre que les dijo a los franceses: “basta de destruir los referentes tradicionales en la política, la economía y la educación”. Propuso empezar a equilibrar derechos con deberes, y revalorizar ideas como nación, autoridad e identidad. Y sacó al pizarrón a “esos herederos de Mayo del 68 que pretenden defender caros servicios públicos pero que jamás veréis en un transporte colectivo, que aman la escuela pública pero a sus hijos los llevan a colegios privados, que siempre excusan a los violentos, nunca defienden el orden”.
Vladimir Putin, el controvertido poder tras el trono, nos recuerda mucho la novela de Tolstoi “La Guerra y la Paz”, donde se muestra el alma rusa, tan difícil de comprender para los extranjeros. El príncipe Andrés Bolkonski y Pedro Bezuchov están enamorados de Natacha, un personaje adorable que en su evolución desde sus amores juveniles hasta su destino como madre y mujer rusa nos enseña mucho de esa sociedad. Andrés y Pedro encarnan las dos grandes corrientes que han marcado a Rusia desde siempre, o al menos desde Pedro el Grande: los pro-occidentales, que como el zar Pedro ansían modernizar a Rusia acercándola a occidente, y los más apegados a las tradiciones religiosas y campesinas de la Rusia profunda.
Hay que tener en mente esas dos corrientes para entender a Vladimir Putin, quien se maneja entre la democracia y el autoritarismo. Quiere incorporar a Rusia a la globalización, pero su instinto político también le dice que no debe subestimar a los que desde dentro de Rusia se oponen, porque desconfían de lo extranjero. Debe equilibrarse entre los aperturistas y los que hasta hoy no aceptan la pérdida de influencia tras la caída de la ex URSS.
Si miramos a esos 3 gobernantes, Merkel, Zarkozy y Putin, que ejercen fuerte influencia en lo que es la Europa actual, podemos decir que tras dos guerras mundiales, división Este-Oeste y el Muro de Berlín, hay ahí 3 políticos razonables, que a pesar de todos los problemas, ponen la paz por sobre cualquier otra consideración.