Cuando cayó la Unión Soviética se observó lo paradojal que puede ser el concepto de libertad. Mucha gente -tras generaciones de comunismo- no tenía elementos de juicio para manejar su creciente libertad, que pareció abrumadora. Estaban acostumbrados a la tarjeta de racionamiento, a mínimos productos y a no opinar de políticas públicas.
La libertad es un proceso, requiere formación para poder tomar decisiones informadas y conducentes al propósito deseado. En “La Pradoja de la Elección” el psicólogo Barry Schwartz se refiere a la ansiedad que produce tener demasiadas opciones sin estar preparado para enfrentarlas. En política, el asunto se asocia a qué entendemos por libertad, y cuál es el rol del Estado en relación a ella. Los estatistas creen en una burocracia dominante, los libertarios persiguen que los ciudadanos tomen casi todas las decisiones incluso si son malas, y otros sostienen que, dentro de un Estado de Derecho, hay ciertas limitaciones a la libertad para asegurar el bien común. Por ejemplo, obligar a vacunarse.
Me siento interpretada por esta última visión. Creo muy difícil organizar una sociedad democrática si se llega al extremo de que cada decisión, incluso la que tiene implicancias para otros, la tenga que tomar personalmente cada ciudadano. El tema sin embargo es muy complejo. No es paternalismo –y así lo reconocen las sociedades democráticas- obligar a ahorrar para la vejez, pero de ahí surge una enorme gama de opciones para encauzar una política al respecto. Ese es un ejemplo de la difícil y paradojal libertad en una sociedad democrática.
Según la psicología y la economía conductual, los seres humanos no actuamos siempre en forma racional, y la falta de preparación en ámbitos complejos impide juzgar cada cosa en su mérito.
Por eso, la madre de todas las batallas es la Educación, que no es mera instrucción electiva, sino una formación integral. Si consideramos que el fin de educar es enseñar a pensar para tomar decisiones libres, hay ramos humanistas indispensables para orientar a los jóvenes.
La filosofía aporta un sentido de vida: ciencia sin filosofía puede ser destructiva, economía sin ética nos hace estúpidos, persiguiendo un consumo vacío de sentido.
La historia, sea de Chile, de las instituciones o del mundo, nos permite entender el devenir: que somos finitos, que el poder tiene límites, que el progreso es complejo y tiene diversas miradas. Rebajar la importancia de Historia como ramo formativo en el nuevo curriculum del Ministerio me parece un despropósito en un mundo que se ha quedado sin certezas, y con crecientes opciones.