El tenso clima de discordia entre Perú y Bolivia es un capítulo más de un defecto endémico de América Latina: la incapacidad de resolver en forma permanente los conflictos, sean internos o vecinales. Las sociedades están en equilibrio estable cuando sus conflictos – inevitables en todas las épocas y latitudes- son bien procesados. Para eso se requieren instituciones, serias y respetadas. No personalismos. La estabilidad institucional es requisito para la continuidad de las políticas públicas y la consiguiente confianza para el progreso.
Gran parte de América Latina carece de instituciones confiables. Venezuela y otros países reflotan caudillismos decimonónicos. Perú, por su parte, creó artificialmente un caso contra Chile para revisar límites marítimos ya ratificados hace décadas y reconocidos por la comunidad internacional. Actúa contra la corriente moderna de integración económica, afectando una vez más una deseable estabilidad regional. Chile se ve forzado a destinar recursos para defender sus derechos. Bolivia está incómoda frente al cambio fronterizo que pretende Lima. Ecuador alerta, porque todo el Pacífico Sur está delimitado por paralelos, pero Perú quiere introducir una bisectriz. Mala cosa para el clima de confianza que requiere una relación marcada por la gran inmigración peruana en Chile y las importantes inversiones chilenas en Perú.
El canciller Mariano Fernández ha mencionado tres factores que, entre otros, han impedido en el pasado el progreso armónico de la región: las difusas fronteras que nos legó España, los caudillismos que exacerban y dan uso político a esos problemas fronterizos, y la falta de relaciones comerciales serias. Riquezas extraordinarias como el estaño boliviano en su época o el petróleo venezolano hoy, no han beneficiado debidamente a los pueblos ni al comercio regional. En Sudamérica coexisten países con grandes reservas energéticas al lado de otros con enormes necesidades sin que se dé un lógico comercio, sólo por razones políticas. En cambio, la actual Unión Europea nació de un acuerdo para el carbón y el acero apenas terminada la II Guerra Mundial.
Mientras Perú insista en modificar fronteras y continúe pensando en una guerra del siglo XIX, o Hugo Chávez siga dando uso político al petróleo, o los Kirchner no entiendan que exportar y progresar requiere honrar los compromisos pactados, estamos liquidados. De no mediar un cambio de mentalidad en el barrio, nunca daremos un salto al progreso como numerosos países de Asia que hace pocas décadas vivían en la miseria y la destrucción de las guerras. Faltan instituciones que den forma a un “estado de derecho” real, que vincule a los ciudadanos con los fundamentos de un orden que se respete, porque de garantías a todos.