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América Latina y las tensiones de nunca acabar

El tenso clima de discordia entre Perú y Bolivia es un capítulo más de un defecto endémico de América Latina: la incapacidad de resolver en forma permanente los conflictos, sean internos o vecinales. Las sociedades están en equilibrio estable cuando sus conflictos – inevitables en todas las épocas y latitudes- son bien procesados. Para eso se requieren instituciones, serias y respetadas. No personalismos. La estabilidad institucional es requisito para la continuidad de las políticas públicas y la consiguiente confianza para el progreso.

Gran parte de América Latina carece de instituciones confiables. Venezuela y otros países reflotan caudillismos decimonónicos. Perú, por su parte, creó artificialmente un caso contra Chile para revisar límites marítimos ya ratificados hace décadas y reconocidos por la comunidad internacional. Actúa contra la corriente moderna de integración económica, afectando una vez más una deseable estabilidad regional. Chile se ve forzado a destinar recursos para defender sus derechos. Bolivia está incómoda frente al cambio fronterizo que pretende Lima. Ecuador alerta, porque todo el Pacífico Sur está delimitado por paralelos, pero Perú quiere introducir una bisectriz. Mala cosa  para el clima de confianza que requiere una relación marcada por la  gran inmigración peruana en Chile y las importantes inversiones chilenas en Perú.

El canciller Mariano Fernández ha mencionado tres factores que, entre otros,  han impedido en el pasado el progreso armónico de la región: las difusas fronteras que nos legó España, los caudillismos que exacerban y dan uso político a esos problemas fronterizos, y la falta de relaciones comerciales serias. Riquezas extraordinarias como el estaño boliviano en su época o el petróleo venezolano hoy, no han beneficiado debidamente a los pueblos ni al comercio regional. En Sudamérica coexisten países con grandes reservas energéticas al lado de otros con enormes necesidades sin que se dé un lógico comercio, sólo por razones políticas. En cambio, la actual Unión Europea nació de un acuerdo para el carbón y el acero apenas terminada la II Guerra Mundial.

Mientras Perú insista en modificar fronteras y continúe pensando en una guerra del  siglo XIX,  o Hugo Chávez siga dando uso político al petróleo, o los Kirchner no entiendan que exportar y progresar requiere honrar los compromisos pactados, estamos liquidados. De no mediar un cambio de mentalidad en el barrio, nunca daremos un salto al progreso como numerosos países de Asia que hace pocas décadas vivían en la miseria y la destrucción de las guerras.  Faltan instituciones que den forma a un  “estado de derecho”  real, que vincule a los ciudadanos con los fundamentos de un orden que se respete, porque de garantías a todos.

Pellegrini o el éxito de la voluntad

El fútbol es bastante más que un deporte. Se ha transformado en la gran representación masiva de muchas complejidades de nuestra época. Involucra problemas contemporáneos como el sentido de pertenencia o la restitución,  a través de la camiseta,  de una identidad diluida en la globalización.  Tiene aspectos alienantes y algunos le atribuyen la función de distraer a la gente de sus miserias. Otros alaban su  capacidad de entretener  sanamente a multitudes con reglas simples y en un espacio reducido. Los estadios repletos suelen traducir sentimientos nacionalistas, otras veces sólo primitivos rituales tribales. Pero en definitiva, porque es una metáfora de la condición humana con sus luchas, sus alegrías y sus derrotas, y porque es una industria que mueve miles de millones de dólares, el fútbol es un componente destacado de la modernidad.

Por eso es tan notable que el chileno Manuel Pellegrini haya sido el elegido para conducir como técnico al Real Madrid, el club más importante del mundo futbolísticamente, y el segundo más rico, avaluado en 1.353 millones de dólares.

Manuel es una rara avis chilensis, porque no es común en nuestras tierras que alguien sepa desde tan joven cuál es su meta, se enfoque tan concienzudamente en ella, supere enormes obstáculos que a otros los habrían abatido, y persevere hasta lograr el objetivo. Las naciones prosperan cuando hay una masa crítica de personas dispuestas al esfuerzo enfocado y a la postergación de gratificaciones. Pellegrini demuestra que cuando la voluntad, la constancia y el orden se manifiestan unidos, configuran una personalidad madura, capaz de soportar las adversidades. Supo elevarse por sobre lo que el psiquiatra español Enrique Rojas llama la lacra de la modernidad que es la personalidad light, consumista, que no asume compromisos y es incapaz de buscar grandes horizontes.

El fútbol, igual que un país, requiere una combinación de trabajos colectivos y talentos individuales. Tal como el técnico deportivo, el político en las naciones debiera ejercer el rol social que significa asumir y conducir  necesidades colectivas, inspirando hacia una meta que beneficiará al conjunto. Algo que falta a muchos de nuestros políticos y parlamentarios. Manuel Pellegrini representa al conductor de equipos moderno,  que prefiere  liderar con decisión, pero  involucrando en el proceso a sus colaboradores. Y ha conseguido, con su seriedad y honestidad,  una autoridad que no es sinónimo de poder, sino de compromiso del grupo con su dirección. Demuestra  que la voluntad de hacer las cosas bien lleva lejos a las personas, independiente de que provengan de un lejano país al sur del mundo. Con un Pellegrini en cada ministerio, Chile sería un país desarrollado.

El Mayo de los ciudadanos

Mayo es un mes simbólico. Se cumplen 20 años desde que en 1989 empezó el pacífico movimiento  de ciudadanos que hizo caer, en noviembre, el Muro de Berlín. Era el fin de la Guerra Fría.

En Chile, en mayo recordamos a Arturo Prat, y en el mundo se celebra en este mes a los anónimos trabajadores. Hace dos décadas, Erich Honecker arengó por última vez, como dirigente de la ex República Democrática Alemana, a esforzados obreros que, obligados, hacían posible la producción de las economías soviéticas. Honecker durante años ordenó el asesinato de muchas personas que intentaron cruzar el Muro. Tal vez nunca imaginó que esa horrorosa fortificación, cuya construcción supervisó, sería derribada por pacíficos ciudadanos, no por una invasión militar.

La sociedad civil, esa suma de voces y acciones ciudadanas, pudo más que los guardias armados, los tanques y la ideología. El muro fue derribado sin violencia,  por la fuerza de las voluntades. Honecker se exilió en Chile junto a su mujer. No obstante sus crímenes ambos fueron acogidos, él ya murió y ella aún vive entre nosotros sin ser molestada, como corresponde en un país civilizado frente a una persona mayor. Pero muy distinto fue el destino de sus opositores.

La mayor diferencia entre una sociedad sometida, y una libre, es la existencia de una activa sociedad civil, ese tejido de relaciones e  instituciones intermedias entre el Estado y las personas, que impide que los gobiernos se transformen en totalitarios. Cuando desde Moscú Mijail Gorbachov anunció las dos palabras mágicas -glasnost o transparencia política y perestroika o reestructuración económica-  el mundo cambió. Las personas entendieron que podían iniciar organizaciones civiles, al margen de la tutela del gobierno, y se desplomó todo el andamiaje estatal que sostenía al sistema soviético. La ex URSS se disolvió sin  una guerra, sin una invasión. Fue, una vez más, por la fuerza de las voluntades que ansiaban libertad.

En Chile, mayo es Arturo Prat. Su entereza moral, su integridad, lo instalaron como un héroe en el corazón de las personas. Fue la sociedad civil chilena la que reconoció en Prat a un referente nacional. 130 años después, su legado continúa presente y nos une como nación frente a desafíos como el planteado por Perú en La Haya. Es un aglutinante social genuino, que identifica e inspira,  a pesar de nuestras legítimas diferencias en épocas electorales.

 

La bendita diferencia de los sexos

Durante el siglo XX la tendencia fue impulsar a las mujeres a vincularse en forma competitiva con los hombres en los temas laborales y políticos. La consecuencia es que paradojalmente, en la medida en que los países se desarrollan, baja la natalidad hasta cifras alarmantes, y los nacimientos no alcanzan a cubrir la tasa de reemplazo de padre y madre. Los países avanzados envejecen, y esa es una de las principales preocupaciones de la política y la economía internacional.

Por eso es muy importante reflexionar sobre una diferencia entre mujeres y hombres que es hoy considerada políticamente incorrecta y por eso poco mencionada. Se trata de las distintas prioridades respecto a cómo contribuir al país, a la patria o como queramos denominar al Estado-nación al que nos sentimos ligados por vínculos históricos y afectivos.

La realidad muestra que cuesta mucho que las mujeres participen en la  gran política nacional, porque ellas custodian afectos: a ellos les dedican sus vidas y esfuerzos diarios, en forma imperceptible pero fundamental para la sociedad. Los afectos son la verdadera patria de las mujeres.

El hombre se siente más llamado por la gigantesca e impersonal política de los Estados, de las banderas y de los partidos. El aporte femenino es mucho más discreto, más íntimo, pero no por eso menos importante. No significa que las mujeres no valoren la marcha de la sociedad, que es el marco en el que se desarrollan sus afectos; incluso pueden  sentir una responsabilidad heroica hacia el país. Pero en general,  les nace expresarla de un modo más sutil, con mayor inteligencia emocional.

Ya en el siglo XIX John Stuart Mill argumentaba a favor de la idea de la mujer responsable, en vez de pasiva como lo exigía la sociedad de la época. Gran aporte. Después vino el feminismo militante que buscó la paridad en todos los ámbitos, incluso a través de la discriminación positiva.

Se fomentó que la mujer dejara su patria de los afectos para disputar espacios en la gran política y en la igualdad laboral. Tanta fue la exigencia, que hoy prevalece una absurda incompatibilidad entre maternidad y desarrollo profesional, porque la sociedad moderna no honra realmente la cualidad específica de la mujer. La maternidad parece estar excluida de los conceptos actuales de rendimiento, competencia y desarrollo, lo que      impide acordar principios válidos para la inferencia de leyes generales que favorezcan realmente a la mujer.

Tras el camino recorrido en el siglo XX para lograr igualdad de oportunidades, en el siglo XXI se necesita otra mirada, una que permita complementar las diferencias, esas benditas diferencias entre hombres y mujeres que enriquecen a la sociedad, en vez de empobrecerla en la uniformidad.

Susan Boyle y la nueva sociedad planetaria

El caso de Susan Boyle es una demostración del poder que está adquiriendo un click en el computador, y de la influencia de la sociedad virtual.  Ella era una modesta dueña de casa en el pueblo escocés llamado Blackburn, cuyo único hobby era cantar en la Iglesia local y en karaoke. Un buen día se armó de valor y se presentó en el concurso busca talentos “Britain’s Got Talent”. El jurado y los espectadores de la gran ciudad se rieron de su aspecto y de sus modales pueblerinos. Hasta que Susan empezó a cantar. Su voz resultó ser tan preciosa, que el  público la aplaudió de pie, el jurado declaró que había sido la mayor sorpresa en la historia del concurso, y Susan, que había sido recibida como una patita fea, se transformó en un cisne triunfador.

Podría ser una linda historia personal, pero es más que eso.  Internet le ha dado realmente poder a las personas, al permitirles elegir las informaciones. Es Internet la que ha hecho posible captar hasta qué punto Susan Boyle impresionó al público, porque las personas ya no reciben pasivamente lo que la TV les entrega,  sino que “visitan” lo que les interesa en la red todas las veces que quieren. El clip de la actuación de Susan ha sido visto decenas de millones de veces en YouTube, algo que pocos cantantes consagrados han logrado. Son los usuarios de Internet quienes la elevaron a la categoría de celebridad mundial.

Rolf  Jensen, ex director del Instituto de Estudios Futuros de Copenhague, explica que hace 25 años vivimos en la llamada era de la información, del dato duro. Pero agrega que ahora que todos se pueden expresar en Internet, también se manifiesta esa búsqueda del ser humano de un equilibrio entre lo racional y lo emocional, lo que él llama la sociedad de los sueños. Dice Jensen que “no tenemos defensas contra una historia que va directa al corazón; las personas no toman sus decisiones sólo por la calidad objetiva de los datos, sino también por sus necesidades emocionales de aventura, amor, amistad, identidad o creencias.” Los triunfadores serán quienes ofrezcan un sueño, un producto asociado a una idea que emocione.

Susann Boyle es el caso: objetivamente su voz es maravillosa. Pero además, ella está ligada a la historia de la persona humilde, tratada sin respeto, a la cual su talento le permitió cumplir un sueño. Fueron los usuarios de Internet, a través de sus computadores, los que potenciaron su historia a nivel mundial.  El caso de Susan es un ejemplo de la nueva sociedad planetaria que está surgiendo con las tecnologías de la comunicación. En la sociedad tradicional, Susan habría estado a merced de la industria del espectáculo, de las componendas, del  marketing. Pero en el mundo de Internet, logró un triunfo espontáneo, irrefrenable, que surgió de los usuarios mismos.  Es un hecho que desde que hace 25 años salió al mercado el primer computador personal y hace 15 años se inició la World Wide Web  conocida como Internet, la forma de relacionarnos en sociedad cambió.

 

La Etica y el Capitalismo deben ir de la mano

Adam Smith publicó en 1772 “La riqueza de las naciones”, fundamento teórico del capitalismo y origen del sistema de economía de mercado actual. Pero se suele olvidar que Smith publicó también tratados sobre ética, y que él impartía el curso de Filosofía Moral en la Universidad de Glasgow. En esos tiempos, la Economía Política -sabiamente-  formaba parte de la filosofía moral que incluía comportamiento humano, ética y jurisprudencia. Se estudiaba al ser humano en forma integral, no sólo como consumidor.

Smith decía que la ética debe estar inseparablemente unida al capitalismo, pues de lo contrario éste se desvirtúa y se aleja del bien común. Explicaba que “no es aceptable enriquecerse de cualquier forma, debe hacerse de manera  legítima, de acuerdo a principios morales”. Smith observó que el libre mercado no se creó, sino que se fue desarrollando debido a la superioridad del orden espontáneo sobre el decretado. A través de los siglos y por un sistema de prueba y error, por descarte, se hizo evidente que los pueblos que respetan la iniciativa privada, la propiedad y los contratos, se tornan más prósperos. Fue un proceso histórico, no una imposición.

Sin  principios como la honestidad, se rompe algo esencial para el modelo de mercado: la  confianza. Quienes ahorran, es decir millones de personas que quieren asegurar su futuro y que aportan así el capital al sistema, empiezan a temer por sus depósitos.  Sin confianza se reducen los recursos, viene el desempleo y cae el bienestar. Los que no creen en la ética en sí misma, deberían entender aunque sea  por razones pragmáticas, que su falta produce la temida desconfianza.

Volvamos a Adam Smith:  cuando se refiere a la “mano invisible”, quiere decir que los esfuerzos del empresario, guiado por sus propios intereses y por la legítima ganancia, sin que él lo advierta promueven la riqueza y el bien común con más eficacia que si una planificación estatal impusiera la forma de producir. Pero también con mucho énfasis, Smith destacaba las obligaciones de índole moral que tiene el Estado de aplicar regulaciones y de proteger a los más débiles. Todos conceptos olvidados en los casos Enron, Madoff o en Chile en la colusión de las cadenas farmacéuticas para subir el precio de medicamentos esenciales.

Adam Smith jamás defendió la idea de una sociedad guiada por la moral del  máximo beneficio al mínimo costo sin respeto por el ser humano. De hecho, despreciaba la idea de riqueza sólo centrada en el dinero. En su “Teoría de los Sentimientos Morales” aclaró que si bien las personas persiguen sus intereses, eso no es sinónimo de un egoísmo desenfrenado: “por muy egoísta que se suponga a las personas, hay algo en su naturaleza que los insta a preocuparse por la ventura y felicidad de los demás, no obteniendo de ello otro beneficio más que el placer de observarlas”. Tal vez sería bueno que en las facultades de economía se empiece a enseñar el aporte integral de Adam Smith, y el alto concepto que él tenía de la solidaridad y la compasión.

Chile, Perú y las percepciones internacionales

Los enormes cambios tecnológicos y la resultante globalización han hecho surgir el concepto de opinión pública mundial, que influye fuertemente en la percepción que se tiene de los temas internacionales.

Aunque Chile tiene todos los argumentos jurídicos a su favor, Perú se ha preocupado de ir introduciendo en la opinión pública propia y en la de otros países la idea de que tiene una reclamación legítima al demandar una revisión de límites en La Haya.

Como en materia estrictamente legal la petición peruana no tiene sustento debido a los acuerdos firmados, el gobierno de Lima incursionó en un camino distinto: dice que busca en ese tribunal una solución “justa y equitativa”.  Esa declaración, que podría sonar bien inspirada y hasta humilde, es parte de una elaborada estrategia de influir en el ánimo de la opinión pública. Así ha logrado imponer  este contra-caso, porque Perú pretende hacer reinterpretar a su favor acuerdos de delimitación marítima ya firmados e irrefutables.

Por eso, si bien Chile debe insistir en la tradicional línea de defensa de sus sólidos títulos legales, es importante que también actúe en el plano de las percepciones de la opinión pública.  Porque incluso el mejor argumento jurídico puede ser debilitado ante un tribunal de carácter  internacional, si la percepción que se forma la “opinión pública mundial” es desfavorable a Chile. Y sabemos que es mucho más fácil convencer con  palabras etéreas como “una solución justa y equitativa”, que explicar en términos legales los Tratados.

Por eso es fundamental imprimir en la opinión pública la percepción de que lo verdaderamente “justo y equitativo” es respetar lo firmado, y explicar las complicadas consecuencias que tendría para el Derecho Internacional, y para el Pacífico Sur en particular, que prospere una revisión de límites establecidos y vigentes por más de medio siglo.

En mi opinión, Chile no ha sido eficiente en eso por una respetable razón: la convicción y la tranquilidad del que honra lo pactado. Es el equivalente  al caballero que sabe que su corrección lo avala.  Pero el mundo ha cambiado, y hoy es más importante parecer que ser. Hay que saber “vender” una imagen incluso cuando se trata de lo más propio y sagrado de una nación, como es su territorio ancestral, el mismo de siempre, el que consta en los mapas y en las mentes, el que transmite identidad y sentido de pertenencia a través de generaciones.

Ni siquiera los tratados y su vigencia por décadas nos protegen hoy de las funestas consecuencias del marketing, que literalmente puede movernos el piso.  En este importante y delicado asunto, Chile tiene que presentar la máxima coherencia interna con una política de Estado. Y aceptar que la política exterior moderna exige no sólo  hacer bien la tarea en la defensa jurídica de los intereses de Chile, sino que es imperativo  presentarla bien ante la opinión pública nacional, vecinal y mundial.

La proposición peruana afecta a todo el Pacífico Sur

La demanda unilateral de Perú ante La Haya argumenta que no hay tratados limítrofes,  sólo acuerdos pesqueros con Chile. Se trata de un cambio completo de posición, porque durante décadas el propio Perú aceptó esos tratados e hizo uso de las aguas del Pacífico en la forma en que ellos lo establecen. Chile, como es su tradición, debe defender con paciencia y serena firmeza el límite marítimo claramente definido.

Perú firmó con Chile y Ecuador la Declaración de Santiago de 1952 y  el Convenio sobre Zona Especial Fronteriza Marítima de 1954. Ambos acuerdos jurídicos obligatorios regulan la pesca y sobre todo, fijan el límite marítimo. Chile no sólo tiene a su favor el argumento legal de que esos documentos firmados con Perú están plenamente reconocidos y vigentes, sino que además Chile ha ejercido ininterrumpidamente soberanía en esas aguas, sin que nadie se lo impugnara, ni terceras potencias ni países de la región como el propio Perú.

No hay explicación para el cambio de actitud peruana después de más de 50 años de vigencia de los acuerdos reconocidos por Lima, salvo tal vez la voluntad interna de buscar una tensión artificial que logre unir a ese país en torno a este tema, considerando su enorme falta de consenso político y social. Son muchas las probabilidades de que sea, sobre todo, un problema interno nacionalista de Perú. Por eso hay que observar con prudencia la belicosidad de muchas declaraciones de personeros  peruanos que hemos tenido que oír estos días.

El gobierno de Lima dice además que busca en el tribunal de La Haya una solución “justa y equitativa”.  Esa expresión implica que Perú tiene una aspiración, un objetivo distinto a lo voluntariamente firmado hace décadas. Mientras Chile muestra los mismos títulos concretos,  pactados y rubricados, Perú expone esta nueva aspiración a un espacio marítimo ampliado.

Esa aspiración, de concretarse, dejaría a Arica  mirando mar peruano, enclaustrada, y traería consecuencias para terceros países. Cualquier conversación futura con Bolivia se vería afectada, y Ecuador, que firmó los mismos acuerdos con Chile y Perú para reconocer los paralelos divisorios de las aguas del Pacífico, podría esgrimir argumentos semejantes para aspirar a espacios de mar peruano. Todo el sistema del Pacífico Sur se vería afectado.

En una época histórica en que la economía globalizada tiende a la integración de los países vecinos  para sumar fuerzas dentro del contexto internacional, Perú ha decidido marcar diferencias. Así, aleja corazones, voluntades y proyectos comunes para un futuro en conjunto.

Falta el análisis ético de la crisis económica

El debate actual acerca de la economía de mercado debiera estar íntimamente ligado a una discusión ética. Porque el liberalismo económico está vinculado al uso de la libertad en sociedad. Se trata de un sistema que funciona sobre la base de acuerdos no coercitivos para beneficio mutuo, en la libertad para emprender respetando la igualdad ante la ley,  y en la transparencia en la información. Todos aspectos ignorados por los principales protagonistas de la actual debacle financiera.

El sistema de libre mercado ha permitido movilidad social y reducción de la pobreza en los países en que se ha aplicado. Pero la gran paradoja es que no goza de admiración ni legitimidad moral ante  los ojos de la mayoría de las personas, incluso las que se han beneficiado de él. Es curioso, aunque las grandes migraciones de personas que buscan una mejor vida son siempre hacia los países que lo practican, lo cierto es que la percepción generalizada es que el libre mercado es sinónimo de egoísmo, consumismo y de una actitud cruel para optimizar ganancias.

La falta de cariño hacia el sistema se debe en parte a que los filósofos del libre mercado reconocieron abiertamente algo que cuesta aceptar: que la naturaleza humana tiende a perseguir sus propios intereses; que un sistema de libertades económicas permite que se satisfaga ese sinfín de motivaciones personales, con lo cual se beneficia a toda la sociedad. Los sistemas más estatistas, en cambio, tienden a planificar desde arriba lo que supuestamente conviene a las personas de abajo, con el pretexto de garantizar mayores grados de igualdad, cosa que nunca se ha logrado pero agrada a los oídos.  El tema, en definitiva, es que la economía de mercado requiere de ciertos hábitos y conductas como la honestidad, el ahorro, el esfuerzo personal y la postergación de gratificaciones, pero sobre todo responsabilidad.

Manipular el mercado a través de la especulación desbarajusta todo el sistema, lo transforma en una fuente de abusos. Cuando la Reserva Federal con Alan Greenspan desorienta con tasas irreales, cuando gobiernos no ejercen bien su deber de aplicar el sentido de las leyes y se desata la especulación, se altera el mercado que no es otra cosa que el libre intercambio de ideas, bienes y servicios.

El mercado es  transmisor de una enorme cantidad de informaciones dispersas que sirven para la toma de decisiones que afectan la vida de las personas. Por eso, alterarlo no es sólo antieconómico, es poco ético.Urge que las autoridades de los países más influyentes, en sus reuniones sobre cómo reactivar la economía, tomen en cuenta el sustrato de valores que requiere el liberalismo económico. Que se exija a bancos e instituciones financieras el debido respeto a las personas y a las confianzas en juego.

Perú suma dificultades a la crisis

En medio de una debacle financiera mundial, en la cual se mueve el piso económico de   todos los gobiernos, empresas y ciudadanos,  es más importante aún valorar las certezas que se tienen como nación. La seguridad que otorga un territorio bien definido y querido, y su proyección marítima, son los factores más permanentes y están, junto a la cohesión interna, directamente relacionados con la identidad y el sentido de pertenencia.

Por eso es tan importante tener conciencia de lo que está en juego en nuestra frontera marítima del norte. Perú pretende introducir un cambio, argumentando que la delimitación debe ser redefinida por criterios distintos a los de la línea del paralelo que rige actualmente, con lo cual obtendría un área marítima que hoy está sujeta plenamente a la soberanía chilena.

Como se trata de un tema muy técnico y alejado de los intereses diarios de las personas, pero de enorme repercusión para las futuras generaciones, es importante reafirmar conceptos. Lo que se debe tener en cuenta aquí es que la frontera marítima existente  está avalada por tratados que durante décadas han sido reconocidos por Chile y por el propio Perú que ahora los quiere cambiar. El límite marítimo fue expresado en los tratados tripartitos (Chile, Perú y Ecuador) de 1952 y de 1954. Como no se puede dibujar una línea en el mar, el límite marítimo fue acordado en  el paralelo geográfico, y fue materializado en tierra mediante el hito 1, a partir del cual se proyecta hacia el mar. Se ha reconocido este límite durante décadas no sólo por Chile y Perú, sino por toda la comunidad internacional.

El contencioso internacional planteado por Perú al acudir unilateralmente a la Corte Internacional de La Haya puede extenderse por unos tres años. Perú tiene plazo hasta el próximo 20 de marzo para presentar su memoria, por eso el tema recibirá mucha atención estos días. Luego Chile dispondrá de un año para presentar su contramemoria.

Es preocupante que un límite reconocido en acuerdos tripartitos entre Chile, Perú y Ecuador pretenda ser alterado por Lima, sobre todo porque esos tratados ( Declaración de Santiago de 1952 y  Convenio sobre Zona Especial Fronteriza Marítima de 1954)  organizaron el sistema del Pacífico Sur.

Es muy negativo que a tanta inseguridad económica internacional que afecta a nuestros países, se sume una innecesaria y artificial inestabilidad fronteriza. Es caro, muy caro revisar fronteras. No sólo por los enormes costos en especialistas y viajes, sino por la desconfianza que se instala entra ambas naciones, afectando los negocios conjuntos  y los esfuerzos por progresar.