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Entre Twitter y la era de las pirámides (1)

Desde tiempos inmemoriales, Egipto ha sido un Estado bisagra entre el mundo europeo, asiático y africano. Ahí se juntan dos Océanos: el Indico, que a través del Mar Rojo y el Canal de Suez comunica con el Mediterráneo, y éste con el Atlántico. Antes eran caravanas, hoy modernos barcos gracias al Canal de Suez. Pero desde siempre, un Egipto estable ha sido clave para el Medio Oriente.  El petróleo y el comercio mundial dependen de los acontecimientos ahí, y hoy su influencia en el mundo árabe,  su moderada actitud respecto a Israel y su especial relación con EEUU lo hacen un país fundamental.

Pero tanto el gobierno de Hosni Mubarak, como también EEUU e Israel,  no atinaron a captar que la pobreza del pueblo egipcio, sumada al autoritarismo de décadas, son  incompatibles con los cambios globales que vive la humanidad, los mismos que hicieron caer a la ex URSS y transformaron a China. Mubarak,  como otros gobernantes del Medio Oriente, no aprovecharon sus años dorados para hacer reformas desde regímenes autoritarios a naciones con una potente sociedad civil y gobiernos  legítimos. En el caso de Egipto, como en otros de esa región, sólo se ofrecía un régimen duro y laico al cual se oponen grupos fundamentalistas extremos. No se aceptó el surgimiento de una sociedad moderada y discrepante.

EEUU ha apoyado  a esos gobiernos bajo el pretexto de que  peor es la alternativa fundamentalista.  Craso error. Ignorar por tantas décadas a las sociedades del mundo árabe, tratándolas como inmaduras o extremistas por parejo, ha sido una peligrosa falta de visión política, que incluso ayuda a la existencia de grupos extremos como Al Qaeda. Hoy grandes masas de postergados, incluidos los palestinos, están desafiando vía redes sociales al establishment de los propios gobierno árabes,  y a la visión anacrónica con que EEUU e Israel han dominado en la región. Y así  podrían perder a un aliado clave como es Egipto.

El mundo cambió y ningún rincón del planeta se puede mantener inmune a la actual influencia de la sociedad civil que  se organiza en la web: así fue en Túnez y cayó el gobierno, así es en Egipto, y guardando las proporciones, así fue en Magallanes y en Barrancones. Hoy no se puede gobernar sólo imponiendo las exigencias legales oficiales, sino que se requiere  legitimación pública de las medidas. En Túnez y Egipto los gobiernos fueron sorprendidos por la sociedad civil. Para bien o para mal, es el signo de los tiempos. Una sociedad civil en desacuerdo con un gobierno se organiza vía Twitter o Facebook y puede mover montañas.

Por consideraciones morales y estratégicas, a los palestinos  se les debe dar su Estado soberano, a las masas empobrecidas como las de Egipto las deben considerar sus gobiernos,  y las potencias como EEUU deben ponerse al día en su forma de actuar en regiones tan delicadas como el Medio Oriente. Lo demás es una bomba de tiempo, y no olvidemos que Israel tiene armas nucleares y que otros países de la región están tratando de obtenerlas también. Mubarak en Egipto, y Natanyahu en Israel, han estado aplicando criterios de guerra fría que ya no son válidos en un mundo globalizado y participativo.

El imperio de la caducidad

El  2010 fue el año en que impactó con todo su significado la sociedad de la información. Twitter,  Facebook y Wikileaks dejaron establecido que esta nueva sociedad mundial es  “líquida”, dominada por un constante fluir de información que hace desaparecer los referentes que permiten anclar nuestras (¿ex?) certezas.

Estamos viviendo en pleno la era postmoderna, que se caracteriza por el desencanto con el supuesto de que existe un constante progreso. Es la desconfianza frente a  los grandes relatos, la desilusión con la autoridad central, sea política, intelectual, religiosa  o científica.

Es difícil definir referentes a los cuales atenerse, porquelo que falta en esta época es un sistema, un cierto orden, un sentido, en definitiva coherencia. Hay muchos datos, pero escasea  lo que en física se llama cohesión entre las moléculas. Estamos bastante  solos en la sociedad del conocimiento.

No deja de ser impactante observar al gobierno de EEUU desorientado tras conocerse las filtraciones de Wikileaks que desnudaron sus intimidades. Se discute si es bueno transparentar todo en democracia o si debe haber ámbitos reservados,  y dónde está ese límite. Pero quisiera resaltar es el hecho  de que hasta la más influyente autoridad mundial parece golpeada por el nuevo paradigma.

En un sentido cultural más amplio,  de civilización como la entendían los grandes historiadores, tal vez vivimos hoy una de esas profundas fracturas de la organización social en su conjunto. Asistimos –sin darnos cuenta- a la reconstrucción de todos los ámbitos de la vida por parte de la nueva generación conectada a internet, a la sustitución de las tradiciones o convenciones no sólo del saber transmitido, sino también de las formas aceptadas para producir y transmitir ese saber.

En este mundo “líquido”,  en que la información fluye,  nada perdura lo suficiente como para enraizarse y generar costumbres.  La  verdad es cuestión de perspectiva o contexto. Y ha dejado de  importar el contenido del mensaje, vale más  la forma en que es transmitido (twitter)  y el grado de convicción que logre producir. Muchas veces las vidas de los demás se convierten en un show. Se pierde intimidad y todo se desacraliza.

Lo positivo es que la generación internet cuestiona el cinismo, sea político o religioso, y le mueve los cimientos a los que son poderosos en el peor sentido de la palabra. La nueva era, con Wikileaks incluido,  es la reacción  a una crisis espiritual y filosófica más profunda, tras el colapso del Muro del Berlín en 1989, del sistema financiero en el 2008 con sus explicaciones economicistas alejadas de la ética, o  los casos de pedofilia en la iglesia. La nueva tendencia es la incredulidad  respecto a los metarrelatos.

Los jóvenes usuarios de internet no buscan conscientemente un  sistema alternativo al vigente, sino  que se limitan a actuar, desechando las antiguas certezas. Su  interés es la operatividad  tecnológica,  no los  juicios sobre la verdad o lo justo. No interpretan valores. Pero su talón de Aquiles es una cultura de información corta,  del sentir momentáneo, casi un nihilismo suave.

El 2011 llega mostrando la fragilidad de los  modelos cerrados, de las grandes verdades. Transitamos de las  cosmovisiones filosóficas a un pasar despreocupado, alejado de una actitud existencial, sin referentes seguros.  Vivimos el imperio de la caducidad.

Wikileaks, la pérdida de la inocencia

Admirado u odiado, Julian Assange, creador de WikiLeaks, es el profeta de los tiempos que vienen… Así empieza la revista Forbes una entrevista al hombre que propinó uno de los golpes más demoledores al concepto de información reservada en diplomacia, alta política, empresas y bancos.

Assange es el fundador del sitio web WikiLeaks (leaks significa filtraciones), que ha logrado obtener y divulgar por internet el contenido de cientos de miles de documentos clasificados o secretos. Con ellos ha puesto en aprietos sobre todo a la diplomacia de Estados Unidos y al Pentágono, pero también a actores políticos de todo el mundo, incluso chilenos.

Para algunos, las acciones del australiano Assange son inmorales, mientras otros las celebran, porque consideran que les mueve el piso a algunos muy poderosos en los gobiernos o en el sistema financiero, que se creen intocables.

Es una tremenda discusión que apunta a la esencia de la llamada sociedad de la información. Delicada materia, porque el día de mañana las revelaciones podrían afectar las vidas privadas, cualquier información personal, como las historias médicas de ciudadanos comunes. Por eso, esta discusión recién comienza, y quienes aplauden a Assange por contribuir a la transparencia y amenazar las negociaciones bajo llave y el doble discurso de muchos políticos, también deben pensar en los costos de una sociedad forzadamente prístina al extremo.

Hasta el momento, el archivo divulgado incluye secretos políticos y muestra un ángulo desconocido de las actuaciones diplomáticas de diversos países. El propio Assange dice que tiene en su poder información que afectará a grandes bancos y negocios financieros. Tras la reciente crisis económica sabemos que las malas prácticas están muy difundidas y bueno sería transparentarlas, lo mismo que el a veces abusivo secretismo gubernamental que atenta contra una sociedad realmente democrática. El problema es definir dónde está el límite y cuál es la motivación de Julian Assange.

El caso WikiLeaks nos muestra en forma brutal el nuevo paradigma que estamos viviendo con internet, el cambio más veloz de la historia de la humanidad que abarca todos los ámbitos de la vida. No ha habido tiempo para reflexionar, como hacían nuestros antepasados, sobre el sentido de esta nueva sociedad, cuyo elemento central es un rápido e incesante intercambio de información. Está muy bien revisar bancos y gobiernos que han abusado de su poder, en algunos casos en forma extrema.

Pero el desafío es crear las nuevas condiciones éticas para que la libertad de obtener y transmitir información no se transforme en un libertinaje que todo lo pueda exhibir, hasta lo más privado. Ese valor superior que es la libertad para conocer e informarse, y que hoy con internet llega a su máxima expresión, nunca puede pasar a llevar la dignidad humana, ni las instituciones que la sociedad aprecia y necesita para funcionar.

Demanda peruana y progreso social

La demanda ante la Haya es un despropósito para la seguridad  social de chilenos y peruanos. Implica  ignorar que las políticas sociales y el crecimiento económico exigen un horizonte de estabilidad nacional y regional. Los más de 130 mil peruanos que residen en Chile, y millones de ciudadanos  de ambos países  que necesitan  progresar, no se benefician en absoluto del litigio en La Haya.  Un estadista moderno debería saber que el desarrollo va unido a una opción estratégica por la estabilidad de las fronteras.

En un mundo globalizado e incierto, con nuestros países sometidos a altibajos financieros externos, es un imperativo ético asegurar condiciones de estabilidad para el progreso de estas  naciones tan vulnerables. América Latina viene de vuelta de una serie de experimentos y utopías ideológicas que pagaron caro los más pobres.  Es la hora de complementar  estrategias, defender intereses comunes en el Pacífico sur asediado por flotas pesqueras ajenas y depredadoras, en vez de enfrentarse en La Haya. Nuestra región sigue siendo la más desigual del mundo – junto a  Africa subsahariana-  con un 35% de pobreza según la Cepal.  Lo que se requiere para superarla son entendimientos, no demandas limítrofes  que agotan los presupuestos de las Cancillerías, implican gastos militares  y entrampan el comercio y el progreso.

Las autoridades de Lima perturban  así un momento crucial en América Latina,  que  por  primera vez  vive  una real expectativa de avance económico. El presidente Alan García y su antecesor, Alejandro Toledo,  al  gestionar la demanda  contra Chile y desconocer acuerdos  firmados y reconocidos durante décadas,  estaban más ocupados de su popularidad que de fortalecer instituciones para resolver los problemas reales de los peruanos. Tal vez olvidaron lo peligrosa que es la eterna contradicción latinoamericana,  entre la igualdad política a que se aspira con la democracia, y la desigualdad de hecho que persiste en el ámbito social.

Las autoridades peruanas deberían evaluar   cuánta desigualdad puede tolerar una democracia y por cuánto tiempo, antes de que los desilusionados  ciudadanos vuelvan a apelar a soluciones extremas. Los pueblos necesitan  confiar en instituciones serias  más que en liderazgos personales.  Esperan  un crecimiento estable  para evolucionar desde un  humillante  asistencialismo,  a oportunidades efectivas de trabajo.  Esa  eterna espera debe ser dotada  de legitimidad, con planes  serios  y un cierto desempeño o  “delivery”.   Y eso implica tranquilidad para el intercambio en las fronteras, no caros y agotadores  litigios que afectan las confianzas.

Desde la literatura se explica a políticos y especuladores el valor de la Libertad

 El novelista Jonathan Franzen es el nuevo referente para analizar lo que pasa al interior de la sociedad noteamericana. Incluso la revista Time –que hace tiempo ya dejó de ser tan rectora en contenidos pero cuyas portadas siguen generando impacto- lo puso en su tapa tras 10 años sin que un escritor ocupara ese lugar. Los críticos de Europa y EEUU en forma unánime elogian su novela “Freedom”,  que acaba de publicarse,  y el NYT la califica de obra maestra.

Ya su nombre –Freedom- es muy sugerente. Porque el concepto de libertad  involucra todo lo que EEUU ha querido ser desde que los primeros inmigrantes europeos fundaron esa nación. Y en buena parte EEUU se ha desarrollado como una sociedad en que las libertades individuales y políticas son centrales y respetadas, al menos comparativamente con la mayoría de los países.

Pero el ataque terrorista externo a la torres gemelas, y luego el “ataque” interno de los especuladores a los ahorros de la clase media y la debacle financiera creada exclusivamente por el mal uso de la libertad,  ha puesto a los norteamericanos a reflexionar. Franzen se mete en la psicología del estadounidense, y a través de una historia familiar, logra transmitir el impacto que han tenido en las personas los errores gruesos de una minoría rectora en la Casa Blanca y en Wall Street.

El autor le dice a sus compatriotas: “Si la libertad se convierte en una medida decisiva para nuestra cultura y nuestra nación, deberíamos analizar minuciosamente qué es exactamente lo que nos da la libertad.”

Franzen puso el dedo en la llaga y se lanzó a retratar el tiempo que vivimos. El tema que ha elegido es fundamental. La libertad es el concepto político más nombrado de los tiempos modernos, pero no necesariamente vivido como un compromiso personal. Por eso creo que la formación cívica de los alumnos chilenos debería tener la mayor importancia. Explicarles la necesidad de las buenas políticas públicas. No se saca nada con discursos sobre la libertad política o económica, si cada persona no desarrolla su propio vínculo moral con esos conceptos, en su vida privada y en su exigencia a la autoridad.

Cuando un especulador de Wall Street da mal uso a los dineros depositados con confianza, está atentando contra la propiedad pero además contra la libertad, conceptos ligados. Su acción burla la fe pública en que se basa el sistema.

Los malos argumentos dados por el ex presidente George W. Bush, la máxima autoridad,  para invadir Irak y los intereses económicos asociados, dieron una pésima señal: si se puede especular con la fe pública al máximo nivel, también se puede entonces hacer lo propio en Wall Street. Y no nos extrañemos  –parece sugerir Jonathan Franzen- que eso vaya permeando las mentes de los ciudadanos.

Soy de las que piensa que la sociedad civil norteamericana tiene enormes reservas intelectuales –como el propio Franzen- para reencontrarse con sus raíces de honestidad y libertad constructiva inspirada por los padres fundadores. El impacto de esta novela revela cuán sentida es esta discusión.

La integración de Chile y Argentina es imperativa como legado bicentenario

La Independencia de Chile, así como la de Argentina, fue la génesis de la organización republicana, el fundamento del Estado-nación. Y es importante recordarlo así, en conjunto, en este Bicentenario. Porque el histórico cruce de Los Andes del Ejército Libertador y la gesta conjunta de San Martín y O’Higgins, como dijo Bartolomé Mitre, “fue la primera alianza del Nuevo Mundo y la única que tuvo un plan emancipador, sin propósito de anexión o sometimiento”.

Además de las fiestas recordatorias, lo que requiere este Bicentenario es un cambio de  actitud. La relación entre Chile y Argentina es relevante per se; es un imperativo histórico complementarse para crecer, y terminar con nuestra displicencia de dos siglos. La verdadera independencia es mental y vendrá cuando, con una vecindad mucho más efectiva, podamos  construir los escenarios para lograr el desarrollo. Es buen momento para recordar la audacia de los hombres de la Independencia para inspirar a sus pueblos. Hoy se vuelven a necesitar acciones potentes que mejoren las opciones conjuntas en un mundo globalizado.

No es posible que una nación tan dotada como Argentina, con gente capaz y recursos abundantes, haya perdido tanto espacio en el contexto mundial. Tampoco es lógico que Chile celebre este Bicentenario con un problema energético mayúsculo, que traba su desarrollo. Debería existir una verdadera integración geopolítica en esta materia tan fundamental, con generación y distribución de electricidad compartida. Pero para eso se requieren acuerdos con un espíritu de cumplimiento infalible, como ocurría con el gas ruso, que en plena guerra fría nunca dejó de llegar a Europa Occidental.

El desafío es lograr tanta confianza como para que eventuales hidroeléctricas chilenas pudieran aportar electricidad al sur argentino, y a su vez nuestra zona central recibir energía transandina, ahorrándonos miles de kilómetros de conducción y huella de carbono. En estos doscientos años, las diferencias por la demarcación  de los límites se han logrado solucionar siempre por la vía jurídica, lo que es toda una hazaña en una frontera de más de 4 mil kilómetros. Es un caso excepcional  en el mundo.Pero no basta.

Ahora toca posibilitar que Chile y Argentina logren la verdadera integración con pasos fronterizos fluidos, facilidad de tránsito, conexiones fluviales, lacustres y marítimas expeditas. En conjunto potenciar corredores bioceánicos,  para que nuestros productos puedan acceder al Pacífico y al Atlántico, y mejorar los servicios asociados al comercio internacional. Las regiones y provincias se beneficiarían por fin. Es momento de reconocer que la integración no ha estado a la altura de las necesidades. Todo prejuicio ideológico debe superarse, porque los gobiernos pasan y los pueblos quedan. Ambos gobiernos, sean del signo que sean en el tiempo, deben potenciar con inteligencia una política de Estado en la relación, y así parece estar sucediendo entre los presidentes Sebatián Piñera y Cristina Fernández. Ojalá ese llegue a ser su gran legado bicentenario.

Energías y Dumping Ecológico

Dumping ecológico es un concepto que hoy influye con fuerza en las relaciones internacionales. Tal como el dumping social –contra países que exportan productos baratos a costa de la explotación de niños o sin leyes sociales adecuadas- el dumping ecológico es un tema de creciente relevancia: los países que tienen hoy leyes medioambientales exigentes consideran que es competencia desleal que otras naciones exporten con costos menores debido a que no consideran la huella ecológica.

La Huella de Carbono o ecológica mide todas las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) producidas directa o indirectamente por personas, organizaciones, productos, servicios o Estados. Se evalúa toda la cadena de producción, transporte y abastecimiento, para mejorar la eficiencia y disminuir las emisiones contaminantes.

El sistema comercial internacional se está poniendo cada vez más estricto en esta materia. Es cierto que a veces hay intereses creados, y que sectores proteccionistas se suelen refugiar bajo el manto de las acusaciones de dumping ecológico o dumping social. Pero es innegable que el fondo del asunto en sí es importante, y llegó para quedarse. La protección ambiental es un aspecto que ningún país podrá soslayar en el futuro.

Chile tiene que mejorar su matriz energética. Para lograrlo, el concepto clave es ordenamiento territorial. Es decir, la política ambiental y la energética deben ser consideradas estratégicas. No puede aprobarse una central energética por aquí y otra por allá, sin analizar el territorio como un todo. Se requiere un plan que permita a las comunidades y a las empresas saber a qué atenerse, cuáles serán las zonas del país que jamás podrán alterarse, y considerar  los respectivos incentivos y compensaciones.

El tema es muy difícil. Los países que se desarrollaron antes de que existiera esta conciencia ecológica tienen ahora grandes recursos para invertir en caras soluciones. Dinamarca y Alemania son líderes en Energías Renovables no Convencionales (ERNC),  y sobre todo en  eficiencia energética.

En los parlamentos de muchos países se están discutiendo diversos proyectos de ley que aplicarán impuestos a productos con alta huella de carbono.  Ya existe un Protocolo del Vino, elaborado por distintas agencias que clasifican las emisiones de CO2 asociadas a esa actividad. En Brasil, Petrobras y otras compañías ya se someten voluntariamente a mediciones internacionales de CO2. La Huella de Carbono es solicitada por grandes empresas de retail de Europa. En Francia entrará en vigencia el 1 de enero de 2011  la “Ley Grennelle”, que obligará a informar la huella de carbono a los productos importados.

Hay países que tienen la ventaja de contar con energías limpias de base. Perú, cuya economía  está creciendo fuerte, cuenta con gas natural -poco contaminante- en Camisea, y además gran parte de sus recursos energéticos provienen de las hidroelécticas de la zona amazónica. Su huella de carbono como país, entonces, es relativamente buena, lo que hará más competitivos sus productos.

Chile tiene una enorme y urgente tarea en esta materia.

Se está produciendo un cambio cualitativo en la política regional chilena

Muchas veces hemos insistido en esta columna en que los tiempos modernos requieren más “soft power”,  la fortaleza del poder blando. El poder duro deriva de imponer la fuerza militar, el blando se refiere al atractivo de influir, de lograr acuerdos de mutua conveniencia.  El poder blando tiende a  convencer, no a imponer. Sin desmerecer la necesidad de mantener una disuasiva defensa militar, los países de nuestra región necesitan entenderse para vencer el subdesarrollo. El notable ejemplo de acuerdos entre Chile y Ecuador va mostrando ese camino.

 Hace seis meses escribía aquí que al próximo presidente de Chile –Sebastián Piñera aún no ganaba la elección- le esperaba un difícil escenario regional. Me parecía entonces que el nuevo mandatario tendría que dar  prioridad a la política exterior,  que en realidad es política interior, porque afecta los intereses de los chilenos y lo más propio y permanente, que es su territorio.

Hoy podemos decir que a pesar del negativo trasfondo de la demanda peruana ante La Haya, nuestras relaciones vecinales y regionales este año han tenido una muy buena evolución. Se ha procedido con prudencia y respeto, y con una visión: los temas del pasado no pueden seguir entrampando el futuro.

A pesar de las diferencias políticas, existe hoy una muy buena sintonía con el gobierno de Argentina. Se ha generado también una sana confianza con Bolivia, sobre la base de sinceridad y transparencia, sin crear falsas expectativas, lo que el propio presidente Evo Morales ha elogiado. Chile ha ofrecido el puerto de Iquique además del de Arica para los productos bolivianos, y existe cooperación en el combate al trafico de drogas.

Con Perú, y pese a la demanda, el criterio ha sido tratar de evitar daños a las políticas de largo plazo que incluyen el comercio y aspectos sociales como la inmigración. Y en Ecuador,  los presidentes Piñera y Correa ratificaron la vigencia de los tratados limítrofes de 1952 y 1954, que Lima pretende desconocer. Ambos gobernantes destacaron así la visión conjunta sobre los límites marítimos plenamente vigentes firmados por Chile, Ecuador y Perú,  su respaldo absoluto a esos tratados internacionales, y –muy importante- elogiaron los logros y la estabilidad derivados de ellos por más de 50 años.

Se está produciendo un cambio cualitativo en la política regional chilena. Es interesante que con Ecuador se analicen proyectos conjuntos en minería, se estudie explorar juntos gas natural en el Golfo de Guayaquil, y se avance en muchos convenios de beneficios sociales y comerciales. Con México y Colombia las relaciones son excelentes. Respecto a Cuba, dentro de un clima de respeto, Chile ha sido claro en su línea de apoyo humanitario a los perseguidos políticos. Y, muy importante, se anuncia una visita del presidente de Brasil a Chile; existe el interés de avanzar en el proyecto de corredores bioceánicos, para conectar Brasil, Paraguay, Bolivia y Chile.

Son noticias muy buenas, porque lo deseable es que, en vez de seguir entrampados en asuntos limítrofes, los países de la región logren una efectiva cooperación hacia el futuro.

Europa y EEUU deben terminar con los especuladores

Durante demasiado tiempo nos hemos dedicado a evaluar la sociedad sólo desde una perspectiva económica, antes marxista o capitalista, hoy como mercado global con una cultura universal de consumidores. Tendemos a hacer una interpretación  económica de los cambios históricos.

Mala cosa. Porque mientras estamos adormecidos  mirando cifras de corto plazo, unos pocos están lucrando con nuestros ahorros, nuestros destinos y nuestros sueños de una sociedad mejor. Ciertos actores como el banco especulativo Goldman Sachs obtienen siderales ganancias en forma indignantemente poco honrada, amenazando el trabajo y los ahorros de millones de ciudadanos.

Son tiempos difíciles. Tras la debacle de Wall Street, surge ahora el desorden económico europeo y la inestabilidad del Euro. Lamentable, porque por primera vez, desde la Segunda Guerra Mundial, había surgido otra moneda universalmente aceptada para pagos y ahorros.  La supremacía del dólar durante 50 años se había mantenido a pesar del insostenible déficit en EEUU, el mayor deudor del mundo. Hacía falta el contrapeso que representa el Euro, con todo su significado político además de económico. Bastó  que el Euro influyera para que se dejara sentir un radical cambio en el sistema internacional. Pasamos de la llamada “Pax Americana” unilateral impuesta por el dólar, hacia una bipolaridad dólar-euro, a la que se está sumando una creciente canasta asiática.

En 1999, año de su nacimiento, el Euro representaba casi el 18% del total de monedas, y el dólar el 71%.  En diez años, el Euro pasó al 26,5%, ganando un 8,5% de espacio como reserva internacional, cada vez más utilizado por los bancos centrales para diversificar sus reservas de divisas.

Pero hay intereses afectados. Algunos resienten que numerosas naciones y portafolios privados migren hacia el Euro buscando refugio y diversificación, lo cual hace menos controlable las finanzas para especuladores como Goldman Sachs, acostumbrados a tener una sola moneda dominante. El cargo de Secretario del Tesoro en EEUU es ocupado siempre por gente de Goldman Sachs, como Henry Paulson, Robert Rubin, Larry Summers y el actual Timothy Geithner, al punto que  la Secretaría del Tesoro es llamada “Goldman Sachs Sur”.  Conflicto de interés mayúsculo.

Una vez más, como el cuervo que acosa al animal herido, Goldman Sachs apareció seleccionando a los gobiernos más  populistas de Europa –como antes a las empresas más endeudadas de Wall Street- ofreciéndoles gestionar millonarios créditos disfrazando deudas y cifras de Grecia y otros países, tal como lo hace con empresas. Lo que sigue es historia conocida, los ahorrantes pierden, los especuladores ganan, y gobiernos decentes como el de Angela Merkel se ven sacudidos.

Lo he dicho muchas veces en estas columnas: es odioso que por el abuso de algunos especuladores privados y gobiernos populistas, se altere el sistema de economía liberal que hasta en China se acepta hoy como apropiado para superar la pobreza. Sin desafíos ideológicos relevantes, las actuales crisis económicas son de responsabilidad exclusiva de quienes, dentro de él, lo desvirtúan a costa de tradiciones no económicas indispensables como la honradez y el respeto por la propiedad honesta.

Twitter, nuevos lenguajes y la sociedad emergente

El lenguaje es el principal patrimonio cultural que poseemos. Con él podemos expresar los más nobles pensamientos y también los más bajos, nos identifica como seres humanos. Posibilita  la reflexión,  el intercambio de conceptos, la expresión de estados de ánimo, el acceso a la vida social y a la cultura. Nos permite conocer la historia y las teorías filosóficas y científicas, comprender nuestra civilización. En definitiva, las personas nos expresamos con una ancestral mezcla de sonidos y símbolos  llamada lenguaje para interiorizar conceptos y darlos a conocer a los demás.

Y aunque se olvide gran parte de lo oído y leído, lo importante es que a través del lenguaje se va formando el espíritu, la sustancia de la personalidad. Incluso se sostiene que quien no domina bien el lenguaje es incapaz de pensar correctamente.

Por eso es que la etapa histórica que estamos viviendo, la llamada era de la globalización y de la informática,  es un desafío cultural mayor para la humanidad;  implica incorporar una serie de nuevos símbolos y códigos vía Internet, twitter y las redes sociales. Es un cambio vertiginoso que deja por el momento a una parte de la humanidad –personas mayores o con menos recursos para acceder a las tecnologías- fuera de todo este ámbito del lenguaje, es decir, con una participación limitada en la nueva sociedad.

Es tan potente esta nueva forma de comunicación tecnológica y de tal importancia política, que en China aún se intenta vetar ciertos conceptos en Internet por sus consecuencias sociales, y en Occidente las campañas políticas ya no son viables sin las nuevas herramientas de la web.

Hasta ahora, el lenguaje expresaba identidad. A través de él uno podía deducir los modales de una persona, la profundidad de su pensamiento, incluso sus sensibilidades según las palabras escogidas. En el mundo de la comunicación vía Internet en cambio, proliferan jergas, extranjerismos o códigos que reproducen una nueva sociedad globalizada de ciudadanos del mundo, en la cual cuesta incorporar emociones, sensibilidades e identidad. Muchos estudios sociológicos demuestran que los seres humanos están hoy más comunicados que nunca, pero también más solos que nunca.

Lo interesantes es entender que el mundo de las comunicaciones humanas cambió desde que hace unas tres décadas salió al mercado el primer computador personal y hace casi veinte años se inició la World Wide Web, conocida como Internet.Lo novedoso es el cambio cultural que implica el que, por primera vez, el lenguaje vía Internet o twitter,  si bien puede movilizar a muchos, no implica involucrarse ni conocer a los demás, comprenderlos. Ese aspecto es el cualitativamente distinto y su impacto cultural es aún difícil de dimensionar.