Ha sido nombrado Embajador de Chile en Francia el destacado escritor y diplomático Jorge Edwards, un conocedor de la cultura francesa. Aprovecho su designación para reflexionar acerca de una anécdota que vivió el presidente Mitterrand cuando visitó Silicon Valley en marzo de 1984, la cual sirve para meditar acerca de la relativa pérdida de presencia de la gran cultura francesa y europea en muchos ámbitos.
En esa visita, al mandatario le llamó la atención que numerosos jóvenes franceses estuvieran investigando ahí, en California. Al preguntarles porqué no estaban haciendo ciencia en su propio país, la respuesta fue: porque en Francia no hay la misma libertad para innovar. Al mandatario socialista la respuesta lo impresionó, y se escribió mucho en la prensa al respecto.
En esa respuesta había una profunda reflexión: la nueva sociedad del conocimiento que surgía y que influiría muy pronto en la caída del Muro de Berlín, de la URSS, y obligaría a China a abrir sus fronteras, estaba afectando también a la cultura francesa y europea en general. Porque la sociedad de la información se basa en la flexibilidad para innovar y el rechazo a las limitaciones burocráticas a la creatividad. Y algunas tradicionales universidades europeas -centros del pensamiento occidental por siglos- fueron derivando en pesados y endogámicos entes burocráticos. Muchos innovadores emigraron.
A Europa se le agota el tiempo. Enormes sumas de dinero –como antes hacían los mecenas europeos con sus artistas e inventores- fluyen hoy hacia otros centros de creatividad, como la zona tecnológica de Incheon en Corea del Sur.; en EEUU, la Universidad de California en San Francisco en el clúster (empresas relacionadas) de Silicon Valley ha generado compañías con un valor de mercado equivalente a tres veces el de todo el sector biotecnológico europeo; China –comunista!- ha concentrado recursos en megacentros tecnológicos, como los clústers de Beijing, Shanghai o Tianjin.
La Unión Europea empieza a reaccionar para atraer a los mejores pensadores y revertir la fuga de cerebros. Surgen planes para incentivar a profesores y empresas de investigación, cambiar políticas laborales que dificultan el ritmo de los mercados tecnológicos, y eliminar anticuadas normas de promoción académica que restringen la libertad para innovar en combinación con empresas.
No ignoro que muchas naciones europeas siguen aportando notables centros de pensamiento que se mantienen entre los mejores. Pero la fuerza con que irradian cultura al mundo está mermando. La Comisión Europea está preocupada, y ha emitido informes para la adopción de medidas, todas tendientes a cambiar la cómoda sociedad de bienestar, y recuperar la cultura del esfuerzo para innovar, que desde los griegos había mantenido a Europa creativa e inspiradora.