Nada más difícil para una sociedad que el equilibrio entre la libertad individual y el ejercicio de la autoridad en un Estado de Derecho. En momentos en que en Chile discutimos sobre la Constitución, es interesante observar cómo han resuelto el tema en otras sociedades.
Estoy en Londres y me ha impresionado la devoción con que los británicos celebran los 800 años de la Carta Magna, que estableció el imperio de la ley y el Estado de Derecho.
Decenas de miles de persona han visitado este ancestral documento exhibido en la Biblioteca Británica. Cada escuela del país recibió una copia de la Carta Magna, incorporando así desde la primera infancia la educación cívica y el respeto por las instituciones del Reino Unido. ¿Y qué establece esta Carta Magna que tras ocho siglos sigue siendo la piedra angular de la cual derivan las organizaciones del Estado de Derecho hasta hoy? Expresa principios intransables, como que nadie puede ser privado de su libertad, de sus derechos y de sus posesiones de ninguna manera, que a nadie se le negará la justicia y que nadie, ni siquiera el rey, está por encima de la ley. Es muy notable que ya en 1215 se consagrara que la voz del pueblo debía ser oída por el rey Juan, debido a las tensiones por la tierra, la corrupción y la arbitrariedad.
Es, en esencia, un documento que garantiza las libertades inalienables de los individuos frente al poder, y las responsabilidades que todos tenemos respecto de los acuerdos y de la legalidad.
Sus conceptos están hoy impresos en muchas sociedades e inspiraron los orígenes del Parlamento y de la democracia en Occidente. La Carta Magna se ve reflejada por ejemplo en la Declaración de Derechos de Estados Unidos de 1791; también en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de Naciones Unidas de 1948. Su influencia permanente fue diseñando los modernos conceptos de libertades civiles y democracia.
Los ideales de la Carta Magna están vivos y son la base hasta hoy del Derecho inglés. Los británicos son tan conscientes de estos valores, que los han reforzado en los llamados principios Nolan, que son las normas de comportamiento exigidos a los funcionarios públicos y a los parlamentarios: desinterés, integridad, objetividad, responsabilidad, transparencia, honestidad y liderazgo.
El pueblo británico valora estos grandes principios que son los que dan estabilidad a una nación; no se enredan en detalles interminables, como ocurre con las constituciones que suelen redactarse en América Latina, y que pocos respetan. Son los buenos principios, simples y claros, los que ayudan a formar sociedades cohesionadas e instituciones legítimas.