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Chile sin maquillaje

Chile está entrando en la difícil etapa de la madurez social, en la que, como en las vidas personales, se empieza a analizar el sentido de las cosas y las alegrías y dolores profundos del alma.

Ya no basta que haya bajo desempleo o buena cobertura educacional, sino que se pide -con razón- terminar con el injusto determinismo desde la cuna. Y cuando se trata de convocar a inversionistas extranjeros, hoy no buscamos sólo la llegada de capital para explotar recursos, sino que demandamos relaciones más sofisticadas que incluyan el compromiso con el desarrollo de nuestra sociedad.

Pero todavía entre los chilenos no nos tratamos bien. La mala educación en la calle y la falta de de respeto cívico contrasta con sociedades de larga tradición democrática,  donde disentir no es destruir. Exigir desde la sociedad civil mejoras en la calidad de vida es en sí un valor, en la medida que aprendamos a hacerlo con respeto.

Para mi gran sorpresa, entre las actividades del “Chile Day” realizado recientemente en Londres con el fin de promocionar al país para las inversiones, se mencionaron también nuestros puntos negativos, esos que nos pesan y dividen. Hubo sinceridad al referirse a las protestas, a nuestra educación, a las aún grandes desigualdades. Fue algo muy atípico para un país latinoamericano, porque las autoridades de esta región suelen exponer en el extranjero una realidad muy mejorada debido a un mal entendido patriotismo.

El solo hecho de que “Chile Day” sea convocado por In Best -corporación  privada chilena sin fines de lucro- en coordinación con el Ministerio de Hacienda, es un ejemplo de sinergia público-privada novedoso en América Latina. Varios asistentes británicos me hicieron ver lo extraordinario que les pareció que la Municipalidad de Londres prestara su sede para el Chile Day, y que el Ministro de Economía y Finanzas George Osborne recibiera a nuestra delegación en Downing Street, donde el Ministro Felipe Larraín destacó los esfuerzos de Chile.

Se requiere mucha solidez y seguridad en la propia capacidad para mostrarse afuera con realismo, sin maquillajes, ante un público que busca estabilidad para invertir.

El máximo signo de madurez democrática es una sociedad civil crítica y exigente con sus autoridades, como ocurre en EEUU o en Europa y empieza a suceder en Chile. De lo contrario, al simple ciudadano sólo le cabe esperar lo que el “ogro filantrópico” -como llamaba Octavio Paz al Estado todopoderoso- se digne a otorgarle. Pero para expresar esas exigencias aún nos falta mejorar las formas: el respeto es fundamental en una democracia.