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CHINA: Una Historia implacable

En la nueva China, su cultura y su historia son determinantes. De otro modo sería incomprensible que un férreo Partido Comunista esté dirigiendo una apertura económica liberal. Las reformas que están convirtiendo a China en una potencia comercial y tecnológica, tienen también un aspecto nacionalista. Observar sólo el lado económico sería reduccionista.  China está embarcada en un proceso civilizatorio.

Los dirigentes chinos aceptaron que el maoísmo fracasó, y que para recuperarse tenían que integrarse a la sociedad del conocimiento. Deng Xiaoping inició el proceso, pero dejó claro que la disidencia podía crear un caos social que Beijing no puede arriesgar. En  1989 se ordenó la matanza de Tiananmen, hoy se reprime en el Tíbet, y con firmeza se recuerda que se considera a Taiwán parte de su territorio.

El PC chino no olvida que en el pasado las fuerzas que desafiaron a los mandarines alteraron la estabilidad a la que aspiraba el “reino del medio”, como se consideraba la China imperial respecto a sus vecinos (los mandarines eran funcionarios que representaban al gobierno en las provincias del imperio). En la milenaria China, las dinastías empezaron a decaer cuando los gobiernos locales se volvieron débiles. Nos guste o no, el control  es un aspecto esencial en la singularidad de su actual proceso. Así se puede entender -no justificar- el tipo de nacionalismo chino subyacente en su actuar en el Tibet, además de la importancia geopolítica de ese territorio respecto a la India.

No hay que hacerse ilusiones respecto a un posible modelo democrático al estilo occidental. China es una civilización aparte. Tuvo siempre dinastías y hoy está la dinastía del Partido Comunista. Se pretende evitar un ciclo de decadencia que se inició cuando en el siglo XVIII el emperador Qianlong, también conquistador del Tíbet,  se negó a abrir su comercio con Occidente, el que le fue entonces impuesto por la Inglaterra de Jorge III. Beijing recuerda ese siglo XVIII como el inicio de su decadencia. En esa línea está la decisión de terminar con el atraso impuesto por la autarquía de Mao.

Beijing vive una gigantesca transformación histórica, en la cual preservar su integridad territorial es fundamental. No quiere repetir la experiencia de la ex URSS, que se deintegró. Por eso su dura represión en el Tibet, su obsesión por Taiwán, y su sofisticado rearme militar. China tiene una cara amable que es su atractivo comercio, pero también un trauma que la hace implacable: no quiere gobiernos débiles ni territorios que desafíen a la autoridad central. Incorporar estos datos ayuda a entender qué podemos esperar de su comportamiento en el sistema internacional.