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China y el verdadero espíritu olímpico

Las Olimpíadas suelen ser una expresión de lo que el mundo es, no de lo que quisiéramos que fuera. Las discusiones que surgen, como ahora respecto a boicotear o no los Juegos Olímpicos de Beijing por la represión china en el Tíbet, no son nuevas. Representan un problema inherente a ellas, porque las Olimpíadas no pueden evitar ser reflejo de la sociedad y de la época.

Y la sociedad moderna está muy dominada por maquinarias propagandísticas que usan las Olimpíadas para difundir sus intereses, ya sea el nazismo en Berlín 1936, el comunismo en Moscú 1980, el poderío de las transnacionales en Los Angeles 1984, o el actual surgimiento comercial chino en 2008.

Aunque los Juegos Olímpicos fueron inspirados en los más nobles ideales del ser humano, no han podido evitar ser escenario de discusiones políticas.

La primera Olimpíada de la edad moderna se realizó en 1896 en Atenas, gracias a los esfuerzos del barón de Coubertin, quien se inspiró en los juegos organizados por los antiguos griegos en la ciudad de Olimpia entre los años 776 aC hasta 339 de nuestra era.

Pero los griegos tenían la capacidad de frenar las guerras y respetar el espíritu olímpico porque, a pesar de estar divididos en ciudades-Estado, constituían una unidad cultural. Ellos compartían principios comunes que se aplicaban y respetaban. Y sus Olimpíadas reflejaban justamente a esa sociedad: las diferencias entre bandos se postergaban en aras de principios superiores comunes que no se ponían en duda.

Los modernos Juegos Olímpicos son también reflejo de los valores hoy imperantes. Y por eso son una celebración multitudinaria masificada por los medios de comunicación, un escenario ideal para ventilar los conflictos y multiplicar sus efectos.

La concepción consumista, las grandes marcas multinacionales y las tensiones políticas se trasladan a ese escenario, aunque la mayoría de los atletas concurran con el solo propósito de competir en buena lid. Durante la guerra fría el mundo socialista quería ganar más medallas que EE.UU., y viceversa. Pero tal vez lo más nocivo ha sido la cultura del consumo.

Ya poco queda del lema “mens sana in corpore sano”. Hoy se exalta en forma extrema el cuerpo, como una verdadera maquinaria, y los productos asociados a su rendimiento. El fair play rara vez predomina, pues la corona de olivo y el honor de los griegos han sido reemplazados por las astronómicas sumas de dinero en disputa y por la imagen de los países representados.

Entonces, pobres tibetanos, la decisión sobre los Juegos Olímpicos de Beijing nada tendrá que ver con su sufrimiento en los Himalaya. El asunto es político y económico.

Con China se comercia porque es un gran mercado, y punto. La Olimpíada de Beijing 2008 probablemente demuestre una vez más esa innegable realidad.
Los Juegos son un escenario ideal para ventilar los conflictos y multiplicar sus efectos.