Según el Banco Mundial, en China mueren 750 mil personas al año por la contaminación que está provocando su acelerado desarrollo, cuyos efectos se propagan al resto del planeta, sobre todo a través del Pacífico a América del norte.
Uno de los peores legados de la ex Unión Soviética y de la actual China es la contaminación ambiental. Se habla poco de la devastación que dejó como herencia el socialismo. Los métodos industriales soviéticos arruinaron salud, economía y medio ambiente en vastas zonas, como la cuenca del Mar Aral que fue envenenada afectando a millones de personas hasta hoy, o el desastre de Chernobyl por mal uso de obsoleta tecnología nuclear. El motivo principal fue la falta de una sociedad civil que denunciara los abusos del Estado omnipotente, tal como hoy en China la población debe aceptar parámetros de contaminación inconcebibles en sociedades más libres.
EEUU era el mayor contaminante, pero en relación al volumen de su economía lo es muchísimo menos que China, que ya se transformó en el principal emisor de CO2 del mundo, a pesar de que aún faltan años para que su nivel de vida sea siquiera comparable al promedio europeo o norteamericano. El tema va más allá del uso del carbón como combustible principal en China: el asunto es la falta de una sociedad civil consciente de sus derechos.
En EEUU no fueron ni la gran industria ni las autoridades de Washington, sino las miles de organizaciones civiles las que alertaron a los ciudadanos, y ellos exigieron cambios de conductas. Pero en China las libertades civiles recién empiezan a esbozarse, y todavía no se legitiman la soberanía popular, la división de poderes del Estado, la libertad de expresión. No hay una carta que se asemeje a una declaración de derechos de las personas y de los ciudadanos, ni una enriquecedora tensión gobierno-oposición.
Si bien China empieza a reconocer la propiedad privada, la motivación esgrimida es dar ciertas garantías a los inversionistas: se inicia como un concepto económico, mientras en Occidente libertad y propiedad son realidades inseparables. Ya en el siglo 17 John Locke decía que el principal objetivo del gobierno, cuyos poderes emanan de la soberanía del pueblo libre, es proteger la propiedad, garantía de la independencia política del ciudadano respecto del Estado. Libertad y propiedad, bases del Estado de Derecho y de la sociedad civil, son conceptos ignorados aún por Beijing.
Pero en el mundo globalizado la sociedad civil empieza a ser mundial. Y poco a poco los juguetes chinos tóxicos con plomo, o la nube negra que avanza por el Pacífico, están siendo denunciados. Las autoridades chinas que no oyen a su propio pueblo, tendrán que oír a la sociedad civil planetaria.