El preocupante clima de desconfianza en Chile requiere de un consenso social básico, un acuerdo de convivencia cívica como el que permitió que Alemania -en la ruina tras la 2ª Guerra Mundial- se transformara en el motor económico de Europa.
Este año, Camchal (Cámara Chileno-Alemana de Comercio) celebra un siglo en Chile y en muchas de sus actividades promueve el círculo virtuoso que hizo posible el “milagro” económico alemán. No fue algo milagroso, sino un acuerdo en torno a la economía SOCIAL de mercado, con tres elementos clave. El primero fue un Estado atento que mediante políticas tributarias adecuadas fomentó la creación de empresas, sobre todo de pymes, que agrupan el 80% de la fuerza de trabajo.
Se logró una convivencia sana entre empresarios, trabajadores y sindicatos que se involucran todos en el resultado, conscientes de que se necesitan mutuamente, y la diferencia de ingresos entre el ejecutivo que gana más y el último salario es razonable y justa de acuerdo al mérito.
Las empresas, desde el principio y sin necesidad de que les tuvieran que imponer la hoy de moda RSE (responsabilidad social empresarial), se vincularon con la comunidad y el entorno, al punto que se hicieron parte de la educación dual: sistema en el que se combina la teoría con la práctica temprana de los estudiantes en las empresas, fomentado por un Estado subsidiario y facilitador.
Por último, se impulsó la Hightech-Strategie , un alineamiento entre institutos de investigación, universidades y empresas interesadas en la innovación, para fomentar la creatividad y a la vez la aplicación práctica de los resultados en la economía.
Lo notable es que esto sucedió con énfasis en leyes laborales justas, en democracia plena, y reconstruyendo primero los estragos físicos y sociológicos de la guerra mundial y, más tarde, recuperando la parte oriental de Alemania que, ocupada por el comunismo soviético, no permitía ni la libertad ni la creatividad.
¿Se puede lograr un progreso social armonioso semejante en Chile?
Perfectamente. Es “solo” cosa de sabernos parte de la misma sociedad y del mismo destino; comprender que el respeto cívico es una decisión, una determinación que nos da dignidad a todos; que empresarios y trabajadores son complementarios y no adversarios; que los gobiernos y los políticos están al servicio de la sociedad y no para servirse de ella; y que en vez de colusiones, se debe avanzar hacia acuerdos interempresas para cooperar frente a la competencia mundial en vez de tramposos monopolios. Se puede. Y lo primero, lo más básico, es reencontrarnos dejando a Allende y a Pinochet a los historiadores y poniendo la mirada en un futuro amable y de armonía cívica.