“El sentido de comunidad armónica y el bien común como finalidad última se consigue creando confianza, con lucidez y sabiduría política, sin procesos traumáticos…”
Dos hechos han ido nublando el horizonte chileno: la Nueva Mayoría anuncia reformas que pretenden refundar la sociedad y, desde el mundo económico, casos deplorables como La Polar, farmacias, Cascadas y otros, han empañado el esfuerzo de tantos empresarios honestos. El país está ante una complicada disyuntiva por la falta de confianza en sus instituciones y en su clase dirigente. Resurgen preguntas de fondo sobre la naturaleza de la libertad -que no es solo económica-, el rol de los gobiernos y el sentido del desarrollo.
La historia llevó a nuestro país hace unas décadas al enfrentamiento entre dos visiones antagónicas: la socialista marxista, que sufrió una fatal derrota al caer el Muro de Berlín y la URSS, y la democrática con economía liberal. Hasta ahora, los diversos gobiernos desde 1990 han aplicado la segunda opción, y Chile ha sido observado como ejemplo exitoso de la región. Pero en este período de incertidumbre, debemos recordar que Chile es muy vulnerable, con una economía aún precaria. Los países prósperos son los que lograron mantenerse estables, sin experimentos sociales utópicos. Hay muchas cosas que mejorar en Chile para lograr una sociedad más inclusiva, pero no a costa de destruir lo que se ha construido. El sentido de comunidad armónica y el bien común como finalidad última se consigue creando confianza, con lucidez y sabiduría política, sin procesos traumáticos.
Para recuperar confianzas, sería bueno que algunos empresarios empiecen por fin a defender realmente la libertad económica: demostrar ser partidarios del sistema, no solo de las ganancias; incorporar a la comunidad, propagar las ideas que conducen a mercados verdaderamente libres y revisar por qué la mayoría de los chilenos nos sentimos constantemente abusados por la falta de transparencia.
Pero sobre todo los políticos, y quienes nos conducen hoy desde La Moneda, deben recordar que la democracia es más que una elección de autoridades, que ningún gobierno, aunque haya obtenido mayoría de votos, puede concentrar todas las iniciativas ni refundar las instituciones. El sistema de equilibrios del poder es la esencia de la democracia, porque se suele confundir el tener la mayoría con tener la razón. Por eso las democracias modernas incorporan la idea de que la mayoría se puede equivocar, e incluso adoptar medidas antidemocráticas o populistas. Todas las democracias exitosas valoran las instancias de reflexión y la estricta división de poderes.
La sociedad democrática debe incluir la complejidad de ideas y fines de muchos grupos. La labor del gobierno es ayudar a que eso se dé en la mayor armonía posible. Nadie puede, en nombre del pueblo, decirle al pueblo lo que debe hacer. El gobierno democrático de origen -y sobre todo de ejercicio- conlleva siempre obligaciones morales de respeto, ética, eficiencia y decencia, para ayudar a afirmar, y no destruir, la cohesión social.