El destino de los países se define en la actitud mental de sus habitantes. Las naciones son mucho más que territorio, recursos naturales, ubicación geoestratégica. Hay ciertas cualidades -morales o de carácter- que se presentan en forma diferente en cada pueblo. Ese sello distintivo, particular, es lo que nombramos idiosincrasia.
Tan potente es, que del carácter nacional o idiosincrasia depende la calidad de las instituciones, la estabilidad política y por ende, el desarrollo. Más que el tipo de régimen político imperante, lo que interesa es la calidad de la institucionalidad que va construyendo una sociedad, y el grado de apoyo que genera en la población. La inestabilidad es fatal para el desarrollo. En definitiva, lo que marca a una nación es la presencia o ausencia de cohesión interna, ese intangible fundamental que se revela diariamente, pero sobre todo ante los grandes desafíos –políticos o naturales- en los que se pone a prueba la moral nacional. La reacción colectiva refleja lo que la gente ha internalizado respecto a sus derechos, deberes, y a su compromiso con la comunidad.
El carácter nacional no surge por generación espontánea. Se forja. Y por eso considero crucial que a los niños, desde la primera infancia, se les impartan conceptos de educación cívica, para que se formen como ciudadanos. Lo que hace la diferencia entre un país que progresa y uno que se estanca es la mentalidad, el grado de compromiso de la sociedad civil con la legalidad, los derechos de los demás, el esfuerzo, la inversión asociada a la postergación de recompensas, el aprecio por la historia común y el proyecto colectivo. Sin un sentido de pertenencia y valores compartidos, las sociedades quedan a merced de vaivenes externos, populismos internos y mayorías circunstanciales, que utilizan el poder sin compromiso con las instituciones y las futuras generaciones.
Por eso es tan importante incorporar la educación cívica en la instrucción formal de colegios y universidades. En Chile hemos vivido divisiones ideológicas que aún dejan secuelas. Tal vez nunca borraremos nuestras diferencias y al contrario, ellas nos podrían enriquecen si lográramos canalizarlas para aprender de ellas y progresar en el respeto. Eduquemos a los niños chilenos con un espíritu consciente de que cada uno -con sus diferencias- está construyendo la historia colectiva de nuestra comunidad. La cohesión nacional es resultado de la educación cívica, una larga cadena de aprendizaje que comienza en la infancia y termina en la clase dirigente.