Los chilenos tenemos características buenas y malas, como todos los pueblos. Entre las positivas está el que aún no hemos perdido la capacidad de asombro frente a los casos de corrupción y de falencias gravísimas, como el maltrato de niños en el Sename. Pero es muy negativo que los chilenos nos demoremos tanto en reparar los errores. Nos enredamos para aplicar soluciones efectivas y, a menudo, en vez de cambiar de actitud, creamos nuevas y engorrosas leyes.
Hace unos años, la Universidad de Stanford hizo un estudio de psicología social que consistió en abandonar un auto en un barrio residencial seguro. Durante días permaneció intacto. Luego los especialistas en comportamiento humano decidieron romperle un vidrio. Al poco tiempo, ese mismo auto que nadie había tocado fue desvalijado. El vidrio roto en un vecindario supuestamente tranquilo desencadenó todo un proceso delictivo. Tras nuevos estudios, James Q. Wilson y George Kelling llegaron a la conclusión de que el delito y las malas prácticas se desatan cuando abunda el descuido, la suciedad, el desorden, el desdén.
El vidrio roto transmitió una idea de deterioro que fue rompiendo códigos de convivencia y respeto a las normas. Lo mismo sucede si las plazas y otros espacios públicos no están cuidados: las familias dejan de ir y las pandillas y delincuentes las van ocupando. Según diversos estudios de comportamiento en sociedad, no es la pobreza la fuente del delito -como algunos sostienen-, sino la desidia, la negligencia, la falta de respeto y apego a valores sociales.
A mi querido padre le oí decir que uno debe actuar “por la cosa misma”, no por la retribución. De niña, en el campo de mis abuelos, un día aparecí despeinada y desgreñada. Cuando expliqué que no vendrían invitados y que nadie me juzgaría, mi padre me aclaró: si uno se relaja en las formas, a la larga lo hará en el fondo. Fue una lección de vida.
En todo orden de cosas pasa lo mismo. Si una comunidad exhibe signos de deterioro, y a nadie parece importarle, poco a poco aparecerá el irrespeto y luego el delito. Si los propios padres fallan en educar con cariño, y si los cuidadores del Sename no tienen vocación para acoger a los más vulnerables de nuestra sociedad, no nos extrañemos que después prolifere la delincuencia. Los niños son el tesoro de una nación. Los códigos de convivencia y de respeto en que se formen determinarán profundamente nuestra vida en sociedad.