Aunque son muy distintas las realidades en Egipto, Libia, Túnez o Yemen, hay un componente común en sus rebeliones populares: en ninguno de esos países ha sido resuelto el problema de la libertad y del consentimiento de los gobernados. Ese es el tema fundamental de la política, desde que existe la sociedad humana. Para que un régimen de gobierno sea legítimo, debe respetar derechos individuales anteriores al Estado. Y eso no ocurre en el Medio Oriente y norte de Africa, que hoy enfrentan revoluciones fundacionales.
Las revoluciones simultáneas en el Medio Oriente responden a un fenómeno político según el cual no hay nada más potente que una idea a la que le llega su hora. Y al Medio Oriente le llegó la hora de la libertad. Pero las rebeliones legítimas en su origen se desnaturalizan si no se encauzan pronto. El peligro es que no se formen instituciones serias en el corto plazo, lo que podría ser aprovechado por extremistas islámicos o de cualquier índole, y se vuelva a los regímenes anacrónicos.
Dijimos en columna anterior que el gobierno egipcio y EEUU que lo apoyaba no previeron que ese tipo de régimen es incompatible con los cambios tecnológicos que permiten a la sociedad civil informarse, organizarse y rebelarse coordinadamente. La protesta ha sido civil y no motivada por el fundamentalismo islámico, al revés de lo que analizaba EEUU.
Egipto tiene mucha pobreza a pesar de ser uno de los principales receptores de ayuda norteamericana -después de Israel que es lejos el país que más dinero y tecnología recibe de EEUU- a cambio de mantenerse en paz con el Estado judío. Esa enorme ayuda fluye desde 1979 y nunca se tradujo en buenas políticas públicas. Y en Libia, Jaddafi ha gobernado más de 40 años en forma brutal. Pero estamos viendo cómo se escribe la historia ante nuestros ojos, cómo la movilización de la sociedad civil que antes derribó el Muro de Berlín y forzó a abrirse a China, ahora llega al Medio Oriente.
Observaremos al presidente Piñera en la primera visita de un mandatario de Chile a Palestina, Israel y Jordania, justo en este momento político clave. Chile –con la comunidad palestina más numerosa fuera del mundo árabe- confirmará el derecho de los palestinos a un Estado soberano y el de Israel a existir en fronteras seguras. El presidente visitará también Italia, muy afectada por la crisis en Libia, su mayor abastecedor de combustible. Italia es el segundo receptor de exportaciones chilenas a Europa, y la visita se centrará en las PYMES y la innovación, tema en el que esa nación es experta. Con 60 millones de personas, tiene más de 5,5 millones de Pymes.
Interesante visita en momentos en que esa parte del mundo, tan importante para los intereses de Chile, vive cambios radicales.