El debate actual acerca de la economía de mercado debiera estar íntimamente ligado a una discusión ética. Porque el liberalismo económico está vinculado al uso de la libertad en sociedad. Se trata de un sistema que funciona sobre la base de acuerdos no coercitivos para beneficio mutuo, en la libertad para emprender respetando la igualdad ante la ley, y en la transparencia en la información. Todos aspectos ignorados por los principales protagonistas de la actual debacle financiera.
El sistema de libre mercado ha permitido movilidad social y reducción de la pobreza en los países en que se ha aplicado. Pero la gran paradoja es que no goza de admiración ni legitimidad moral ante los ojos de la mayoría de las personas, incluso las que se han beneficiado de él. Es curioso, aunque las grandes migraciones de personas que buscan una mejor vida son siempre hacia los países que lo practican, lo cierto es que la percepción generalizada es que el libre mercado es sinónimo de egoísmo, consumismo y de una actitud cruel para optimizar ganancias.
La falta de cariño hacia el sistema se debe en parte a que los filósofos del libre mercado reconocieron abiertamente algo que cuesta aceptar: que la naturaleza humana tiende a perseguir sus propios intereses; que un sistema de libertades económicas permite que se satisfaga ese sinfín de motivaciones personales, con lo cual se beneficia a toda la sociedad. Los sistemas más estatistas, en cambio, tienden a planificar desde arriba lo que supuestamente conviene a las personas de abajo, con el pretexto de garantizar mayores grados de igualdad, cosa que nunca se ha logrado pero agrada a los oídos. El tema, en definitiva, es que la economía de mercado requiere de ciertos hábitos y conductas como la honestidad, el ahorro, el esfuerzo personal y la postergación de gratificaciones, pero sobre todo responsabilidad.
Manipular el mercado a través de la especulación desbarajusta todo el sistema, lo transforma en una fuente de abusos. Cuando la Reserva Federal con Alan Greenspan desorienta con tasas irreales, cuando gobiernos no ejercen bien su deber de aplicar el sentido de las leyes y se desata la especulación, se altera el mercado que no es otra cosa que el libre intercambio de ideas, bienes y servicios.
El mercado es transmisor de una enorme cantidad de informaciones dispersas que sirven para la toma de decisiones que afectan la vida de las personas. Por eso, alterarlo no es sólo antieconómico, es poco ético.Urge que las autoridades de los países más influyentes, en sus reuniones sobre cómo reactivar la economía, tomen en cuenta el sustrato de valores que requiere el liberalismo económico. Que se exija a bancos e instituciones financieras el debido respeto a las personas y a las confianzas en juego.