La Antigua Grecia aportó muchos análisis filosóficos sobre la condición humana, válidos hasta hoy. Entre las interesantes reflexiones de los griegos está la interacción entre la ciudad (lo público) y el alma. Decían que el alma humana tiene una parte que desea, otra que razona, y una tercera que es el thymos : la búsqueda de reconocimiento. La necesidad de validarse está en la esencia de las vidas personales y también de los pueblos.
Francis Fukuyama en su último libro, “Identity”, explica que esta búsqueda de reconocimiento está causando trastornos políticos en todo el mundo, impulsando fundamentalismos, nacionalismos y populismos. Si aplicamos ese razonamiento al caso de Bolivia, es evidente que su pueblo busca un reconocimiento, lo han convencido de que sus problemas se reducen a la falta de mar. Y de eso se aprovecha el populista Evo Morales en mala forma. Un gobernante serio canaliza el sentir popular desde la responsabilidad del cargo, que le exige caminos razonables. Morales abusó de un sentimiento al generar expectativas irracionales, como difundir que Bolivia adquirió derechos debido a la buena voluntad chilena de dialogar y buscar caminos para beneficio mutuo.
Cuesta entender que la Corte de La Haya acogiera esa demanda originada en el populismo de Evo Morales, que significó cinco años de un oneroso litigio para ambos pueblos que aún tienen grandes carencias. La Haya dio un contundente triunfo a Chile, en un fallo que deja meridianamente claro que está plenamente vigente el Tratado de 1904 y que Chile no tiene obligaciones pendientes con Bolivia.
Volviendo a Fukuyama, cuando escribió “El fin de la historia” -tras el fracaso del mundo soviético- analizó que se llegaba a una etapa de democracia y libre mercado. Pero las nuevas tecnologías trajeron cambios vertiginosos, y tras la globalización se impone ahora el impulso por el reconocimiento de lo propio, lo diferenciador, lo identitario. Y esto se hace de buenas y también de malas maneras. Evo Morales es ejemplo de lo segundo. Cambia la Constitución y las leyes para entronizarse en el poder, y denigra a su propio país usando un lenguaje ofensivo contra Chile con el pretexto de representar el deseo popular de acceder al mar.
Fukuyama explica que hay que diferenciar “isothymia” -el deseo de ser respetado como igual a los demás- de la “mega- lothymia” -pretender ser reconocido superior a los otros-. Desgraciadamente, para Bolivia (y para Chile), Evo Morales y su ideólogo García Linera se identifican con este último concepto. Pero Bolivia no es Evo. Establecido en La Haya que la soberanía de Chile no está en juego, podemos buscar modernas fórmulas de buena vecindad, para beneficio de ambos países, a pesar del gobierno de La Paz. Nuestra actitud de chilenos no debe ser el triunfalismo, sino la capacidad de distinguir entre el amable pueblo boliviano y sus irresponsables autoridades.