Una inseguridad existencial recorre el mundo occidental y explica las protestas masivas en diversos países.
La economía globalizada estuvo al principio -mal- dominada por el mundo financiero-especulativo, pero hoy es además sacudida por una creciente, precaria e indignada clase media.
Factores como la influencia de China con su capacidad de producir masivamente pagando salarios mínimos; la revolución tecnológica que ha sustituido empleos; la pérdida de redes de apoyo tradicionales de quienes se instalan en grandes ciudades, y las migraciones de tantos escapando de conflictos o buscando mejores posibilidades en países que funcionaban bien en Europa: la suma de muchos factores ha llevado a millones de seres humanos a sentirse angustiados, inseguros, viviendo existencias inestables y frágiles.
En Francia, los principales candidatos a la Presidencia dijeron estar “contra el sistema”. De derecha o de izquierda, todos argumentaron estar con el pueblo y contra las élites para ganar adeptos. Así también se expresaba Donald Trump en su campaña, y el mismo concepto lo repiten variados políticos en Chile.
Claramente vivimos una transformación global y un futuro incierto, porque parece haber surgido una nueva racionalidad política que cuestiona todo lo establecido. La crisis subprime del 2008 en EE.UU., netamente especulativa, contribuyó a exacerbar un sentimiento de molestia del norteamericano modesto que antes admiraba el éxito económico bien ganado, pero que hoy sospecha del abuso y la trampa.
En medio de esta incertidumbre global, vuelvo con un argumento que he venido expresando en estas columnas: Un país vulnerable como Chile, que además está pasando por un estancamiento económico, debe preocuparse especialmente de crear conciencia de que tenemos una identidad y una pertenencia a una historia y un futuro común. Que debemos mejorar la confianza entre nosotros -Chile sale mal parado cuando se mide el grado de confianza en el prójimo- y además educar en el sentido de que de nosotros mismos depende nuestro destino.
Se trata de lograr un consenso social mínimo, de inculcar conceptos de respeto cívico, de bien común, de sentido de pertenencia, de valores asociados a la dignidad y altura que debieran tener la política y los altos cargos de la República. Y repetir que los ciudadanos tenemos derechos inalienables, pero también deberes hacia los demás y hacia el país.
Hablemos más de estos temas para ir creando un clima de respeto y gentileza en Chile, nuestro pequeño refugio en medio de un mundo crecientemente incierto.