En Latinoamérica se suele criticar el desempeño de los gobiernos por su ineficacia y altos índices de corrupción. Pero el tema es aún más complejo. Lo que tampoco funciona bien es el rol de la oposición, que en países donde la democracia es estable, tiene tanta responsabilidad como las autoridades que ejercen el poder.
El tema es fundamental, y se puede deducir el grado de cultura cívica de una nación por el equilibrio entre el gobierno de turno y la oposición. En Inglaterra el Estado le otorga un muy buen sueldo al líder de la oposición, precisamente para que se oponga. Lo más intrínseco de una democracia y del liberalismo político es el concepto de que ningún poder puede considerarse absoluto. De hecho, se diferencia Estado de gobierno. Y los derechos de las personas no pueden ser desconocidos por una mayoría circunstancial.
Por eso la derrota de Hugo Chávez en Venezuela frente a la oposición es un tema que deberá ser observado atentamente, para ver en qué se traduce el rechazo de sus opositores a los cambios constitucionales que propiciaba el mandatario para aumentar su poder.
Un gobierno democrático, por muchos votos que haya obtenido originalmente, en su ejercicio debe buscar un equilibrio: debe ejercer la autoridad, y al mismo tiempo garantizar las libertades personales. De eso se trata gobernar. Para eso se ampara en la ley, que existe para garantizar un balance entre las libertades de unos y otros.
El espíritu de un régimen verdaderamente democrático es evitar que la mayoría aplaste a la minoría. No debiera haber derrotados tras una elección, y en las democracias anglosajonas eso se logra porque los que pierden tienen derechos constitucionales a seguir expresando sus ideas en cada materia, e influir así en la marcha del país.
EEUU, que suele cometer tantos errores en política exterior, en su sistema democrático es muy interesante. Su estabilidad le ha permitido tener una misma Constitución desde su Independencia. En ella se garantiza una gran división de poderes. Todo apunta a que quienes pierden una elección no sean derrotados, es un sistema esencialmente subsidiario, representativo y apolítico.
En nuestros países, con deficiente cultura democrática, la oposición tiene un rol muy disminuido. Por eso las elecciones son un drama, se pierde todo o se gana todo. Mart Laar, ex Primer Ministro de Estonia invitado a la ENADE, explicó cómo ese país que se liberó del comunismo soviético logró una sinergia que lo catapultó al progreso. Cuando nuestras democracias desarrollen instituciones sólidas que den espacios a los talentos que por mayorías circunstanciales no lograron llegar al gobierno, se creará una suma con la oposición como han hecho Estonia, Finlandia y tantos otros, y se entrará a la senda verdadera del progreso.