Chile y Argentina tienen una historia marcada mucho más por la amistad que por los desencuentros. Aunque a veces, en el fragor de la contingencia, parece lo contrario. Hizo bien el presidente Piñera en ir a Argentina en su primera visita como mandatario, y mencionar allá que a pesar de compartir una de las fronteras más extensas del mundo, ambos países nunca se han enfrentado en una guerra.
Recordemos al Ejército Unido de Los Andes, la batalla de Maipú, el “Abrazo del Estrecho” en 1899 entre los presidentes Errázuriz y Roca, la visión de Estado con que se superon tensiones como las de 1902 y 1978, y la firma en 1984 del Tratado de Paz y Amistad que inició la integración económica: son verdaderos legados para las futuras generaciones.
Pero esta historia puede y debe ser mejorada. Las economías se organizan hoy en mercados globales y es importante empezar a pensar en común. Temas como energía, Antártica, reservas de agua dulce -Chile y Argentina tienen de las mayores del planeta- y muchos otros necesitan un enfoque visionario…y seriedad en el respeto por los compromisos. Porque el destino de los países se define en la actitud mental de sus habitantes. El mundo acaba de conocer el experimento de la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN), que permitirá saber más sobre del origen del universo. Me impresiona la perseverancia con que miles de científicos de Europa, EEUU, Rusia, India, Japón e incluso Chile y Argentina, reunidos en Suiza, han continuado desde antes de la caída del Muro de Berlín con su plan de comprender cómo fueron los primeros microsegundos del universo, mientras en el mundo real terminaba la Guerra Fría, se desintegraba la ex URSS, China abría sus fronteras, caían las Torres Gemelas, se desataba una crisis económica…y ellos ahí, centrados en un solo norte que es recrear la “sopa” primordial que formó la materia durante esos instantes iniciales. Lo que quisiera destacar es el esfuerzo, esa suma de tantas voluntades estatales y privadas, desde Vladivostok hasta San Francisco, unidas en ese desafío mayor.
En este querido y azotado Chile pienso que tenemos que afrontar nuestro propio desafío de reconstrucción con esa mentalidad de largo plazo, empujando hacia un mismo objetivo y con consciencia de que vivimos sobre una placa tectónica que se mueve y frente a un mar que cada cierto tiempo se desborda. Lo que está en juego es mucho más que una cifra astronómica de dinero para la reconstrucción: es la capacidad y calidad de la reacción humana frente al desastre lo que debemos forjar.
Y en política exterior, debemos incorporar a nuestro disco duro que el futuro de Chile está ligado al de Argentina y perseverar en esa relación, a pesar de los desencuentros. El respeto a los Tratados, y el clima de confianza para una integración económica mejorada, son tareas ineludibles para el progreso estable de nuestros pueblos.