La historia de Occidente es la de un lento avance hacia una civilización que valora el respeto del ser humano en su esencia. Grecia, al separar el mito del logos, nos legó la filosofía o el amor a la sabiduría: el valor de usar nuestra razón, en vez de someternos a teocracias inhibidoras. Roma nos aportó el concepto del derecho, para impedir la discrecionalidad en el uso de las leyes; y los pueblos germánicos nos legaron la idea del consentimiento de los gobernados, que se resume en la Carta Magna de 1215: nadie, ni siquiera el rey, está por sobre la ley.
El grado de libertad que se ha ido consiguiendo en Occidente no se da en otras culturas. El reconocimiento de ciertos derechos individuales inalienables, anteriores al Estado, es fruto de milenios de desarrollo cultural con muchos retrocesos y horrores de por medio… pero que lograron llegar a la democracia y al Estado de Derecho, que muchos toman como obvios; se suele olvidar que desde hace menos de un siglo, y solo en los países occidentales, esto ha sido posible.
Y entonces, ¿por qué tanto descontento en Europa, en EE.UU… en Chile?
Hay muchas respuestas y expectativas insatisfechas, pero no se puede dejar de observar que se ha ido perdiendo la idea de cultura, esa forma de transmitir y encauzar valores, como el respeto y el apego a un destino común en una sociedad, que cimentan la confianza y el sentido de pertenencia; que valoraba la seriedad, la palabra empeñada, y en economía, la relación entre esfuerzo y recompensa. La clase media norteamericana -que admira a emprendedores como Steve Jobs y aplaude sus éxitos y ganancias legítimas- no puede creer que unos especuladores en Wall Street puedan obtener cifras astronómicas en una “pasada”, haciendo trampas y maquillando cifras, como el banco Goldman Sachs (multado por tramposo, pero too big to fail …).
En Chile, los pensionados y los niños del Sename son afectados en su dignidad cuando todo se reduce a cifras y se pierde de vista el valor social de las políticas y del lenguaje. Así se va dejando atrás el apego y el respeto por la cultura común. La ineptitud supina del Gobierno para resolver problemas complejos plantea un escenario muy complicado para la cohesión social. Para recuperar la armonía en una sociedad se requieren líderes con empatía, pero combinada con capacidad resolutiva. De lo contrario, la frustración lleva a crecientes protestas, como estamos observando acá y en diversos escenarios del mundo occidental, y al peligro de soluciones improvisadas y populistas.