Mientras Ingrid Betancourt y hasta último de los rehenes de las FARC no sean liberados, las declaraciones y recurrentes discursos sobre la hermandad de los pueblos caerán en el vacío. La violencia y los secuestros no se pueden aceptar: son abuso, son dolor, son muerte. Y los miembros de las FARC deberían ser catalogados por todos los presidentes latinoamericanos como lo que son: terroristas.
En la medida que los Castro y Hugo Chávez simpaticen con las FARC y otros extremistas de esa naturaleza en la región, todos somos potenciales víctimas. Todos podríamos ser Ingrid Betancourt.
Hay ciertos fundamentos éticos, ciertos principios incuestionables sin los cuales no se puede dar una convivencia en sociedad: las personas tienen derechos anteriores al Estado, el fin no justifica los medios, no se debe hacer a otros lo que no nos gustaría que nos hicieran a nosotros mismos,
Si no se aceptan esas certezas, no se pueden construir instituciones sociales y se entra en la anarquía y la violencia.
Los presidentes de América Latina, después de un impactante espectáculo de recriminaciones e insultos, se dieron abrazos y apretones de mano. Es cierto que fue superada una crisis entre Colombia y Ecuador, que complicó a la región cuando tropas colombianas cruzaron la frontera ecuatoriana en su lucha contra los terroristas de las FARC. Pero las causas del problema subsisten. Las FARC siguen ahí, traspasando fronteras impunemente. Esa lucrativa y destructiva organización no habría durado tanto tiempo si no contara con el apoyo directo o indirecto de personeros, policías y burócratas corruptos de más de un gobierno de la región.
Las FARC son un movimiento extremista que existe hace 40 años en Colombia, que mata y secuestra personas, que tiene las más sofisticadas armas y enormes recursos por el narcotráfico, que aterroriza a los campesinos obligándolos a colaborar, y que cruza fronteras involucrando a países vecinos. Los documentos incautados aumentan las sospechas de que podrían tener apoyo del gobierno de Hugo Chávez.
Ingrid Betancourt es el símbolo del sufrimiento que produce un movimiento terrorista así. Pasan los años, cambian los presidentes, se suceden las reuniones y los cócteles de los enviados a discutir el problema, y ella sigue ahí, en la selva, secuestrada, vejada, abandonada.