La revista Time eligió a Vladimir Putin como hombre del año 2007. Y con razón. Pocos estadistas han enfrentado una tarea más titánica que conducir a un país tan vasto y complejo como Rusia desde el desplome socialista a la era de la globalización.
Putin ha debido enfrentar la eterna disyuntiva rusa de buscar un equilibrio entre Este y Oeste. La enormidad del territorio y su diversidad han hecho que se desarrollen históricamente dos tendencias filosófico-políticas en Rusia: una pro-occidental que busca un intercambio de influencias con Europa (el propio Zar Pedro el Grande reforzó esa visión al fundar San Petersburgo en el Báltico, mirando a Occidente y menos aislada que Moscú). La otra tendencia es la conocida como la Rusia profunda, paneslavista, que desconfía de la influencia occidental y hoy de la globalización.
Putin ha tratado de lograr un equilibrio euro-asiático, práctico, que no da la espalda a Occidente pero al mismo tiempo continúa considerando a las antiguas repúblicas soviéticas como su esfera de influencia.
Su actitud decidida de líder, como aceptar la ampliación de la OTAN pero rechazar la posibilidad de tropas estadounidenses en Asia Central, le ha otorgado un enorme apoyo interno y la reelección con un 85% de los votos. Los rusos, de acuerdo a su tradición e historia, valoran su extrema firmeza que en Occidente se suele criticar. Hay que pensar en el trauma que significó el desplome de la ex URSS, con toda la secuela de pérdidas de territorios, influencia y poder. Si Putin no tratara de recuperar hegemonía y no actuara como un zar –auque democráticamente elegido- los nacionalistas de la Rusia profunda ya lo habrían separado del poder.
Con astucia Putin no está priorizando el elemento militar, sino una estrategia económica, con el petróleo y el gas. Intenta recuperar influencia por la vía de ser una potencia energética. Su táctica es que todo el gas y el petróleo del Caspio -una de las mayores reservas mundiales- se exporte a través de Rusia, para ganar presencia en Europa y Asia Central. Putin sabe de geopolítica como nadie, tiene un ojo en Occidente y el otro en China, que con su acelerado desarrollo necesita toda la energía del Caspio y otras zonas.
Pero el máximo desafío de Vladimir Putin es interno. La ex URSS cayó porque no aceptó la existencia de una sociedad civil informada. Por eso perdió la batalla de las nuevas tecnologías de la globalización. Las fronteras se volvieron permeables, hoy hay una sociedad civil planetaria comunicada. La era de la informática es un nuevo referente político, económico y sobre todo cultural que los jerarcas comunistas no quisieron prever y menos aceptar. Putin le ha sabido dar estabilidad a su país en medio de la vorágine de estos cambios. En el futuro, si logra conciliar la mentalidad jerarquizada y autoritaria de la Rusia profunda, con el respeto a las libertades civiles y a la interacción horizontal que implica la globalización, se habrá ganado un verdadero sitial en la Historia.